Bastante ciudadanía tiende a ser más racional cuando se dispone a comprar unos yogures, por poner un ejemplo, que cuando afronta el voto. Sorprendente. En el ámbito comercial, extraño sería que un consumidor volviese al establecimiento en que le brindaron un comportamiento inapropiado; como extraño ... sería que otorgase su confianza a una marca que ya le engañó con anterioridad. Pues bien, más raro debiera resultar que el consumo político encuentre otra lógica.
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En las elecciones compramos, por entendernos, yogures para cuatro años. Son muchos yogures a guardar en la nevera, y existe el riesgo de que caduquen, la posibilidad de que los yogures naturales en realidad sean de macedonia, o la contingencia de que los yogures de plátano se coaliguen inesperadamente con los de piña. Para más inri, todos esos yogures toman decisiones en nuestro nombre. Decisiones que repercutirán sobre nuestros derechos y libertades. Decisiones que afectarán a nuestras vidas. No es pequeño detalle.
“Antes votaba por lo que esperaba que hicieseis. Esta vez votaré por lo que vi que hicisteis”, contaba El Roto en una de sus viñetas. Me parece razonable encarar así las urnas. Analizar aquello que las candidaturas han hecho es más propicio que decantar el voto en función de la costumbre. Por supuesto que lo visto también está sujeto a condicionantes: ciertos sesgos inciden en nuestra forma de mirar y en nuestra manera de ver. Por tanto, “lo que vi que hicisteis” no garantiza un análisis de intachable rigor, absoluta pureza y desbordante ecuanimidad. Pero en principio, atreverse a juzgar (acciones, programas, discursos, actitudes...) es más sensato que apostar por el prejuicio.
La racionalidad modelaría una democracia de mayor vigor y solvencia. Y esa racionalidad es la antítesis de firmarle cheques en blanco a tales o cuales siglas. Una democracia en la que la ciudadanía se muestre exigente y rigurosa con las distintas fuerzas políticas (independientemente de que le caigan más o menos simpáticas) sería buen indicio. Que la ciudadanía haga balance de olvidos y cumplimientos; que sopese aciertos y errores en el conjunto de la oferta política... sería más alentador que ese tipo de electorado que tan sólo actúa desde la obcecación partidista.
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Dentro y fuera de Castilla y León, mucha ciudadanía está muy harta de lo que viene sucediendo en la política. Es comprensible ese hartazgo. Es comprensible, pero la desafección no sirve para nada: al menos para nada que podamos considerar constructivo y regenerador. El descontento puede ser punto de partida, pero de poco vale si se convierte en punto de destino y meta final. Si la racionalidad se abre paso en la política, el electorado encontrará numerosos elementos de juicio que llevarse a la cabeza. Opción preferible a llevarse las manos a la ídem... una vez que ya votó.
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