Si le ha llamado la atención el titular quizá es porque estos días ha presenciado o participado en uno de esos innumerables corrillos en los que se valoran las vacunas como si estuviéramos en un mercado persa, en lugar de en una pandemia. Más allá ... del chascarrillo, me considero incapaz de evaluar el trabajo de esos centenares de científicos que han conseguido un milagro en el menor tiempo posible. Si hay alguien que ha cumplido su parte en esta crisis son los investigadores, aunque aquí en España llevemos años maltratándolos con poca inversión y mucha precariedad. La ciencia ha sido quien ha puesto en marcha la cuenta atrás de esta tragedia a base de vocación y de horas de trabajo. Deberíamos salir también a aplaudirlos algún día, como hicimos hace tiempo con los sanitarios.

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La vacuna es el único camino para que esta maldita pandemia acabe pronto almacenada en los libros de historia y en nuestro cerebro como un mal recuerdo. Por eso me suenan profundamente injustos e insolidarios todos esos comentarios lanzados por los repentinos eruditos, que ponen en duda estos días la vacuna de AstraZeneca. La sobreinformación, en este caso, ha tenido el mal efecto secundario de la deformación. Todos tenemos vacunas en nuestro cuerpo de las que no sabemos ni el origen, ni la marca, ni el porcentaje de acierto en sus campañas o en sus ensayos. Y ahora, sin embargo, proliferan los que ponen el foco en la vacuna Oxford, porque su efectividad les parece escasa. Debería bastar con recordarles que hay campañas en las que la vacuna de la gripe no llega al 50%, y eso no genera ningún debate sobre su valor para reducir los efectos del virus.

La vacuna de AstraZeneca ha sido desarrollada por trescientos científicos del Instituto Jenner de la Universidad de Oxford y aprobada por la agencia del medicamento europea. El antídoto es tan sospechoso que la eminencia que ha dirigido el estudio la probó en sus trillizos, que por cierto, estudian bioquímica. Y no sigo aclarando su origen, porque es innecesario aunque algunos se empeñen en enturbiarlo.

El virus ha contagiado también el egoísmo a quienes ya no se conforman solo con vencerlo y ahora pretenden además, elegir el remedio. Vacunarse esta vez, no es solo un ejercicio de protección individual es, sobre todo, una obligación colectiva. Ninguna evita totalmente el contagio o la transmisión, pero todas aseguran la ansiada inmunidad de grupo. Y eso hará imposible el colapso hospitalario y provocará que el virus vaya perdiendo su capacidad de hacernos tanto daño como hasta ahora. Así que no es necesario elegir la marca como quien elige un ron o una ginebra en la barra del bar. A mí que me pongan la de AstraZeneca o la que sea, cuando me toque. La quiero por mí y por los míos. La quiero por usted y por todos nosotros. No frivolicemos con las vacunas, porque nos va la vida en ello.

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