El espectro de la próxima convocatoria electoral planea sobre nuestras cabezas. Ayuntamientos y diputaciones velan sus armas y se aprestan a sacudir mandobles a diestra ... y siniestra. También a ultradiestra y ultrasiniestra. En este caldo gordo que ya se empieza a remover, tanto los que gobiernan como los aspirantes a regidores quieren meter la cuchara y afinan sus estrategias para dar con el modo más eficaz de tumbar al adversario, que no siempre es mero contrincante. A veces es enemigo, y como tal debe ser descabezado. Esto hace que el juego no siempre sea limpio, porque cuando peligra el puesto de trabajo toda maquinación es válida. Como en el amor y en la guerra. Guerras y escaramuzas hay en las filas de los partidos. Unos por ver qué facción se va a llevar el gato al agua como resultado de escisiones fratricidas, acaso espoleadas por mezquinas codicias so capa de transparencia. Otros porque, aunque no lo reconozcan, las primarias dejaron alguna herida que hay que lamer y no conviene dejarla supurar en fechas tan delicadas. Y el tercer partido en discordia, porque últimamente al perro flaco todo se le vuelven pulgas y se le achaca poco menos que haber iniciado otra guerra del Golfo. El resto son grupúsculos con mucho ruido y pocas nueces. El ambiente preelectoral está más que caldeado: hierve, bulle, borbotea. O sea, lo normal en estos casos.

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La confección de las listas será la primera prueba de fuego. Ante ese requisito, quien más y quien menos deberá asegurarse un puesto de salida y, a ser posible, también de llegada. Para ello hay que demostrar fidelidad y servilismo al líder de cuya mano depende la bendición para que el aspirante resulte ungido. No son de extrañar, pues, las muestras desmedidas de untuosa adulación hacia el jefe de filas que confecciona los listados. Los corderos (mansos y dóciles) a mi derecha; los cabritos (díscolos y rebeldes) a mi izquierda. Los tibios no existen.

Y entre medias sigue coleando el famoso congreso de los turbantes. En mi opinión, se echaron demasiadas campanas al vuelo sin ser conscientes sus promotores de que había expectativas que no solo resultaban chocantes, sino que podían prestarse a suspicacias e incluso a cachondeo. Porque empresarios, hombres de negocios y potenciales inversores sí que hubo. Otra cosa es que los posibles negocios los hayan hecho mayormente entre ellos. Por el Palacio de Congresos circularon gentes del mundo empresarial de diversas procedencias y se vieron “stands” con propuestas muy variadas. No sé si de todo esto quedará algo para el futuro de una Salamanca tan necesitada de empuje. Lo que sí queda a estas alturas es un apestoso tufillo a elecciones. Espero que nadie tenga que arrepentirse dentro de un tiempo de haber metido la pata hasta el corvejón. Entretanto, feliz Carnaval.

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