Parafraseando el título de la canción de Jennifer López, “Una noche más”, estamos ya en un verano más sin darnos cuenta del avance del tiempo, ... sin nada que pase en nuestras vidas, en nuestro entorno. Y me refiero a Salamanca, que es lo que nos debe importar. Madrid está muy bien, Miami está muy bien, Hamburgo está muy bien, pero Salamanca es nuestra vida y, lo que me enseña la experiencia, es que la hemos cuidado fatal, sin aportarle futuro, sólo rotondas, palabras y convenios huecos
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Recuerdo que hace tres décadas, cuando las instituciones no manejaban los grandes presupuestos de hoy, Salamanca vibraba literalmente en verano con una Universidad como centro del Universo y con un liderazgo claro en cursos de verano.
No descubrimos América, América nos descubrió a nosotros, y la ciudad era un crisol con los chicos y chicas de Maine y California, de Florida y de Nebraska. Salamanca era entonces el Estado 51 de los Estados Unidos.
Hoy, la princesa se aburrió del cuento, que cantaría Paulina Rubio, y Salamanca ya no ha vuelto a recuperar aquel pulso cosmopolita, cultural y juvenil en sus calles. Entonces, sin gran cosa, Salamanca estaba en el mapa, incluso sin autovías ni trenes, sólo carreteras nacionales de segunda y el “Auto-Res” que, durante años, fue lo más moderno que tuvimos.
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Hablamos de inversiones que vendrán, de conexiones ferroviarias que aún no tenemos, y de “retener talento” como quien caza mariposas. Para empezar, hoy el talento es un bien escaso tanto en profesiones de escasa o ninguna cualificación como en altas especializaciones universitarias, y quien goza de ese talento busca otras metas, otros territorios, otras empresas. Tendemos a confundir calidad de vida con vivir en un pueblo casi como ermitaños. Los salmantinos, los que vamos quedando, somos más una tribu perdida del Amazonas castellano... aunque como casi todos hemos estado ya en Nueva York, nos creemos parte y arte del mundo.
Y de repente, otro verano, ahora parafraseando a Tennessee Williams, y Salamanca duerme la eternidad como sus piedras, sin pulso y sin estudiantes, sin “Noches del Fonseca” (qué lujo aquellas noches con Rubén Blades), sin conferencias, sin profesores de postín, sin auditorios en busca de cultivar sus talentos, porque el talento, queridos, no se retiene, se expande y se mezcla, puro mestizaje cultural y emocional, pues las neuronas también se enamoran.
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