Como consecuencia del coronavirus los espacios públicos han quedado vacíos, los hospitales saturados, miles de personas muertas y las economías mundiales al garete. Sobre todo, ... las economías de los perros flacos. Las de quienes no tienen pulgas, aunque sí abundantes murciélagos, ratas, pangolines y otros bichos potencialmente peligrosos, no corren tanto peligro (léase China).
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Como en todo fenómeno catastrófico de alcance universal, no han faltado los predictores del pasado, los teóricos que explican errores del presente, y algún que otro visionario capaz de anunciarnos un futuro colmado zozobras posvíricas. Lo que no sabemos es si transitamos desde un pretérito perfecto hacia un futuro imperfecto. O viceversa. Sea como fuere, los más fatalistas apuntaban a que la pandemia era inevitable. Bill Gates ya lo había predicho, argumentan. Se demostró, eso sí, que ningún sistema sanitario estaba preparado. Si acaso, un poco más avisados anduvieron desde el principio los gobernantes de Corea del Sur, Singapur y Hong Kong.
Los mismos fatalistas predicaron, siempre a posteriori, que estaba cantada la llegada de un ángel exterminador, con su flagelo y todo, para castigar los pecados del mundo, las insolidaridades y opresiones, las injusticias y egoísmos. Uno, educado en los principios del cristianismo, creía que eso solamente les pasaba a los infieles, a los réprobos, a los capitalistas. Pero no. No ha servido de nada acudir al “Perdona a tu pueblo, Señor” tan entonado en cuaresmas, viacrucis y calvarios. Por eso estamos a las puertas de una Semana Santa ausente de las calles y de los templos. Virtual y vírica. Una Semana Santa de plasma, con imágenes en TV de ediciones anteriores. Penitencia sobre penitencia para frustración de turistas y ruina de hosteleros.
Con el fin de darle vueltas al fenómeno de la pandemia, a sus antecedentes y repercusiones futuras, en el plazo récord de un mes y a la misma velocidad con la que se levantaban hospitales, quince filósofos, periodistas y politólogos han escrito el libro Sopa de Wuhan, que lleva como subtítulo explicativo “Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemias”. El volumen colectivo, con materiales recogidos entre el 26 de febrero y el 28 de marzo, está dedicado a Li Wenliang, el médico chino que advirtió del brote de una nueva enfermedad y que, tras ser reconvenido y encarcelado por alterar el orden social, murió víctima del coronavirus.
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Del libro se extraen varias conclusiones. Una de ellas es que ahora los gobiernos ya saben cómo poner en marcha estados de excepción, alarma, emergencia y similares. Confiemos en que los guardianes del bien público no quieran hacer de la experiencia un paradigma permanente con visos de futuro. Sería muy peligroso, por más que alguno se quede con las ganas.
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