Cuando vivía en Santa Bárbara, uno de los mayores placeres era sentirme, como me sentía -y me siento-, parte de aquella tierra; tan lejos de ... España y vivía California como una provincia española más: mi gente, mis costumbres, mi arquitectura, mi idioma, mis calles... A veces, recuerdo, era difícil creer que me encontraba en un país anglo, pues hasta la bandera española ondeaba en numerosos lugares, empezando por El Presidio, fortificación española del siglo XVIII, una de las joyas históricas de esa maravillosa ciudad junto a su misión, parte de la cadena franciscana creada por Fray Junípero Serra a lo largo del llamado Camino Real, que une la actual Baja California mexicana y San Francisco. Y así fui sintiendo la vida, con mi sitio perfectamente dibujado en la Historia, hasta que el mundo se volvió loco, la libertad se esfumó, y los gañanes se adueñaron de las universidades, los ayuntamientos, los medios de comunicación, los parlamentos y los ministerios, de aquí a Seattle, pues el virus de la ignorancia y de la maldad es global.

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Como tantas veces he dicho siguiendo la canción de Emmanuel, “todo se derrumbó dentro de mí”. Y se derrumba cada día, pues cada día se da una nueva puñalada a la inteligencia, a la civilización, a la libertad que nos regaló el siglo XX después de tanta oscuridad y de tanta sangre. La oscuridad: el regreso.

Y ahí tenemos a Fray Junípero Serra embadurnado de pintura, tildado de racista en su propia tierra natal, y todo porque otra analfabeta de “Podemos” animó a las masas primates a asaltar al pobre franciscano. Y así lo hicieron. Valientes retrasados.

Ya ven: hoyas el mundo, respiras y comes el polvo, regalas cultura, esperanza y horizonte (la evangelización tuvo mucho, casi todo, de escuela) y acabas humillado en pintura roja en tu propio pueblo, víctima de la ira, la ceguera, la sinrazón, y la estupidez de una concejala energúmena. Y como siempre, los historiadores escondidos como ratas.

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