Vuelve lo nuestro. El titular que ha elegido mi compañero Javier Lorenzo, responsable de la sección taurina de LA GACETA, para presentar el especial de 32 páginas sobre la Feria de Salamanca que ayer vio la luz, es el más certero para definir lo que ... significa este espectáculo. En estos tiempos que corren de ataques a la libertad, complejos absurdos y veganismo y animalismo salvajes, es más necesario que nunca contrarrestar cada una de estas agresiones con argumentos. Y ese cuadernillo especial elaborado por el que es uno de los mejores cronistas taurinos de España (y no me ciega mi amistad con él) es el mejor ejemplo. Si cualquiera de esos intolerantes que pretenden prohibir desde la más absoluta ignorancia se molestaran en leer ese trabajo y bucearan un poco por los orígenes de la Fiesta y lo que ha representado y representa para la economía, la sociedad y la cultura, a lo mejor entrarían en razón. Es probable que siguieran sin ser atraídos por una ajustada verónica, una tanda de encajados naturales o un impecable tercio de varas, pero al menos respetarían que otros lo hagamos. El problema es que se creen con la superioridad moral de despreciar una expresión artística como lo puede ser la pintura o la escultura. Se erigen en garantes de un animal al que equiparan con los elefantes que mataba salvajemente el emérito en Botsuana o los leones malnutridos que pululaban por algunos circos. Desconocen que el toro es el rey. Tanto en la dehesa, como en la plaza. Un animal que ayuda a forjar uno de los paisajes ‘domesticados’ más valiosos que existen. Escuchaba a un ignorante hace unos días asegurar que el futuro de este entorno, una vez que fascistas como él hubieran eliminado la ganadería, es convertirlos en parques naturales. Si estos son los razonamientos de esta cuadrilla de indocumentados, apaga y vámonos.
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Cada vez que he tenido la osadía de criticar las embestidas de manso que el ‘lobby’ vegano radical lanza contra el bendito trabajo ganadero, he sufrido brutales campañas en redes sociales basadas en el insulto y la descalificación. Les duele leer que su postura es un misil en la línea de flotación del medio rural. Que la ganadería, y la agricultura ligada a ella, son el sustento, no solo de miles de familias, sino el único recurso económico de una gran mayoría de pueblos. Que la desaparición de los animales domésticos de los campos multiplicaría los incendios salvo que estos señoritos urbanitas se remangaran y se pusieran a desbrozar la maleza de toda la ‘piel de toro’. Que las dietas veganas solo están al alcance de una elite. Que gracias a las granjas de intensivo muchas personas con un poder adquisitivo más bajo pueden acceder a un alimento completo y nutritivo. Pero el argumento más incuestionable es que esos animales están al servicio del ser humano y tenemos libre disposición de ellos y de sus recursos.
El toro, además de todo eso, representa una expresión cultural que es sinónimo de democracia y tolerancia. Una Fiesta que nunca ha entendido de clase social, género, edad o condición. Quizás el único problema es que, por una parte importante de los taurinos, no se ha sabido explicar a la población. Se han encerrando en su particular burbuja y no han sido capaces de divulgar todo lo que representa. Incluso me ha llegado el lamento y la crítica de personas que querían acercarse a ella y se han encontrado con un cierto rechazo cuando han planteado sus dudas y preguntas. Se suele decir que el mayor enemigo de los toros está dentro y no fuera con los antitaurinos. Y en esta pandemia se ha refrendado al ver las pocas ganas que tenían algunas figuras y empresarios de tirar del carro para que la llama se mantuviera viva. A pesar de todas estas piedras en el camino, el público sigue respondiendo como se ha demostrado en las colas que se han formado estos días en las taquillas de La Glorieta. Afición hay. Solo hay que mimarla y reclutarla, porque es el momento de defender con más pasión que nunca lo nuestro.
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