Se tiene casi por cierto que fue en 1199, a poco de despuntar las luces del siglo XIII, cuando doña Berenguela de Castilla (en viaje ... de Salamanca a Zamora) sintió el retortijón del parto y, en una tienda de campaña del monte de Peleas de Arribas, alumbró a un niño llamado a ser santo, por eso de haber sido antes un hombre humilde, además de protector de la cultura, acertado gobernante, gran militar y justo rey.
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Esta podría ser la breve semblanza de San Fernando, aquel que fuera Fernando III, rey de Castilla y León, y desde 1805 Santo Patrón del Arma de Ingenieros, al que hoy lunes, el REI n.º 11, con guarnición en Salamanca, le dará honra en el Acuartelamiento “General Arroquia”. ¿Quién mejor para celebrar la memoria de tan santa y regia figura, que quiénes se han preparado para asegurar la unidad e integridad del Estado? ¿Quién mejor que quiénes sabemos velando nuestras sombras, en toda suerte de conflictos y emergencias, aun cuando la indiferencia y el desafecto de los nuevos tiempos, muchas veces, no permiten advertir lo que realmente son y representan nuestras Fuerzas Armadas?
Toda profesión y todo territorio necesitan un marco estable, seguro y comúnmente protegido, para que, más allá de sus diferencias e intereses individuales, la paz propicie la convivencia y el progreso de sus gentes. Porque no es posible la libertad individual si no está garantizada la libertad colectiva. «Si yo no velase, ¿cómo podríais dormir tranquilos?», dijo el rey Fernando III a sus consejeros cuando estos le instaban a descansar. Y es que ‘el Santo’ fue infatigable luchando contra separatismos y rebeldías, defendiendo sus reinos y reconquistando los territorios ocupados, restañando heridas y sin que sus éxitos le obnubilaran el juicio o le hicieran perder el contacto con el pueblo. Estos mismos valores son los que mueven a nuestras Fuerzas Armadas. Un colectivo de profesionales que está ahí, cerca de nosotros, sin que algunos parezcan querer verlo. En su guía de ideales: el valor, la lealtad, el honor, el compañerismo, la discreción, el sentido del deber y del sacrificio, el patriotismo. En su haber profesional, una preparación impresionante, al servicio público, que se ha ido adaptando a las grandísimas transformaciones y necesidades sociales. Pueden ustedes dormir tranquilos, créanme, porque tal y como diría mi admirado amigo Venancio Blanco: «son gente de fiar». Hoy lo comentaré con él junto a la estatua de San Fernando que talló para nuestros ingenieros del Arroquia. No hay artista que le niegue a sus obras un pedazo de su alma, y quiero oír desde arriba a Venancio gritar: ¡Viva San Fernando!
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