En la entrevista al Papa Francisco, cuando Herrera le pregunta quién es, contesta: “Soy un pecador” (¡). Uno, en desacuerdo con algunos criterios del Pontífice, celebró ... la contestación, que invita a reflexionar. Que Julio Iglesias cante “soy un truhán”, vale. Que Rick sostenga en “Casablanca”, “soy un borracho”, bueno. O que el mediterráneo Serrat sostenga “soy cantor, soy embustero, me gusta el juego y el vino”, entendido. Pero que el vicario de Cristo en la tierra se confiese pecador, son palabras mayores. Acaso quede su respuesta para la historia, como la afirmación de Kennedy ante el muro de Berlín: “Yo soy berlinés”.

Publicidad

Si el Papa peca, aquí no hay nadie impecable. A los católicos se nos tiene que perdonar “setenta veces siete”. Los demás tienen un concepto distinto de la culpa. En la jerga de Chiquito de la Calzada, todos seríamos “pecadores de la pradera”, Incluido Bergoglio. Sin embargo yo aprendí de un viejo salesiano que “los curas jóvenes parecen santos y no lo son; los maduros, ni lo parecen ni lo son; y los viejos lo parecen y lo son”. Conforme a esto, el Pontífice sería un santo impoluto. Y el obispo de Solsona, que acaba de dejar la sede y los hábitos por su psicóloga... pues no tanto.

En la Iglesia, otra vez, la cuestión es el celibato, unido o no a la castidad. Cuestión tan espinosa que no seré yo quien opine y frivolice, menos en la parvedad de una columna, aunque sea un farol que pretende alumbrar. El columnista sabe que la grandeza del sacerdocio está en dedicarse a Dios, solo a Él. Mas por mundano y poco ejemplar, que “el espíritu está pronto, pero la carne es flaca”. De ahí que contemple con benevolencia a quienes contravienen su ministerio; incluso a Lutero, que contrajo matrimonio: y a quienes lo abandonan para ser congruentes. Mantener la ficción nos lleva a la vieja y maliciosa copla: “El cura de mi lugar/ no tiene más que una cama./ Si en la cama duerme el cura,/ ¿dónde coños duerme el ama?” (Mi amigo Cachichi contaba con su habitual gracejo, la visita al párroco del pueblo de Huelva donde llegó como notario. Sostenía que los andaluces eran buena gente, pero muy desageraos. Mirando por una ventana de la casa rectoral dijo: “¿Ve usted, señor notario, esos chiquillos jugando? Dicen que todos son hijos míos, y le aseguro que no son ni la mitad”).

Aún no sabemos la verdadera causa de la renuncia del último obispo de Ciudad Rodrigo. El de Solsona con detalles escabrosos. Pero a los creyentes siempre nos quedará la Virgen, hoy de la Vega, que entre sus advocaciones es Refugium peccatorum.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas

Publicidad