Eso decían los clásicos. “¡Viva el vino!” proclamó Rajoy en la mismísima cuna del Ribeiro. Alabanzas al vino se encuentran en la mayoría de las ... lenguas y culturas, desde los Salmos del rey Salomón hasta las literaturas contemporáneas. Ya el Arcipreste de Hita le rendía este homenaje: “Es el vino muy bueno en su mesma natura, muchas bondades tiene si se toma con mesura”. Y no se olvidaba del vino de Toro (“Do an vino de Toro, non enbian valadi”). Hoy diríamos, sin tanta cuaderna vía, que “la leche de vaca y el vino de Toro”. El vino le proporcionó honra y fortuna familiar a Chaucer, hijo y nieto de vinateros proveedores de la Corona inglesa. Shakespeare en múltiples ocasiones alaba los caldos de Jerez y de Canarias por medio de su inefable personaje, el vitalista Falstaff. Y Lope, y Cervantes y Quevedo, y...
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La música ofrece abundantes ejemplos. Elvis Presley cantó “Vino, dinero y amor”, y nuestros vecinos Celtas Cortos asociaban en una de sus canciones la relación entre ambos conceptos aludiendo al “amor del bodeguero”. Hubo en la Transición un grupo, del que formaba parte una conocida mía, llamado Vino Tinto. Y Julio Iglesias, tan enamoradizo él, cantó al vino y su relación con las mujeres (“si tengo que olvidarlas bebo y olvido”). El vino (sobre todo si es bueno), alegra el corazón del hombre, como reza la latina sentencia que encabeza esta columna. Y de la mujer, añadiríamos hoy por lo del lenguaje inclusivo y no sexista, enfrentado al androcentrismo y a otras perfidias políticamente incorrectas.
En los años sesenta del pasado siglo Manolo Escobar se desgañitaba desde los transistores de los patios de vecindad con su “Viva el vino y las mujeres”, en plena apoteosis folklórica, cuando Torremolinos, antes que Marbella, se abarrotaba de turistas foráneas y servía de señuelo a legiones de machos ibéricos, atraída su virilidad por el olor de la carne nórdica que los bikinis no alcanzaban a cubrir. Ya en esa época se barruntaban atisbos de rebelión contra el papel tradicional asignado a las mujeres en España a través de una represora educación nacional-católica. Tronantes voces levíticas advertían desde los púlpitos: vino, tabaco y mujer echan al hombre a perder. Pero el vino común de chateo, chiquiteo, poteo y alterne tabernario solía ser peleón. Y barato.
Con el discurrir del tiempo se fue desarrollando una cultura vinícola en manos de unos pocos. De la noche a la mañana, flamantes ejecutivos, mercachifles del pelotazo, logreros de nuevo cuño, profesionales liberales de éxito, deportistas, gentes de la farándula y elites vinculadas a la elegancia social del regalo comenzaron a hacerse bodegueros y a pontificar acerca de lo saludable del tanino y los polifenoles. Bendita sea, pues, la cultura del vino que alegra el corazón.
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