Durante la rueda de prensa de presentación de esta sorprendente iniciativa que el Gobierno de Castilla y León ha llamado medidas provida (como si no ... tuviéramos otros problemas más graves que atender que regresar una y otra vez al más remoto pasado), una periodista preguntó a Juan García-Gallardo, nada más y nada menos que nuestro señor vicepresidente de la Junta de Castilla y León, que en qué semana concreta del embarazo habrían de realizar los sanitarios esa ecografía 4D que consideran tan sustancial dentro de este proyecto con el que acaban de descolgarse.

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La pregunta era realmente pertinente porque la visión de esa ecografía parece, según los promotores de la idea, sería tan esencial y determinante que con ella conseguirían hacer cambiar la pérfida actitud de esas mujeres que se acercan al centro médico con una idea más que meditada y tomada de terminar con una vida. A juicio de nuestras autoridades, esa ecografía 4D es el agua bendita y milagrosa que lograría ablandar el corazón de estas insensibles y despiadadas progenitoras que habían renunciado a su próximo hijo pero que tras escuchar el latido del corazón del feto terminarán transfiguradas en las emocionadas y responsables futuras madres que salen del centro sanitario con los ojos encharcados en lágrimas dispuestas con todo el coraje del mundo a acabar con la despoblación en que anda sumida la Región.

Lamentablemente tras la sencillísima pregunta de la periodista, Gallardo se muestra dubitativo y confuso como ese estudiante que no da palo al agua y baja la cabeza sumergiéndose entre sus apuntes en busca del fundamental dato. Pero vaya. No lo encuentra. Acto seguido levanta la cabeza y confiesa con toda la desfachatez del mundo que en realidad una de las cabezas impulsoras de las nuevas medidas provida, no tiene ni pajolera idea de embarazos.

Estoy seguro que a lo largo de los años hemos tenido buenos gobiernos en Castilla y León aunque a estas alturas no los recordemos mucho. También, y eso ya lo recordamos mejor, hemos tenido gobiernos que dejaban mucho que desear, como el que precedió al actual. Lo que nunca habíamos tenido es uno que nos produjera con tanta habitualidad tantísima vergüenza ajena. Uno que estuviese en boca de todos por la supina estulticia y la colosal falta de preparación que ofrecen semana tras semana. Y convendría reflexionar sobre qué hemos hecho para merecernos algo así y qué parte de culpa tenemos.

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