La España vacía no lo ha sido tanto este verano. Como consecuencia de la pandemia, muchos pueblos tradicionalmente semivacíos, incluso en pleno verano, se han ... llenado de visitantes en mayor proporción que en temporadas pasadas. Hijos y nietos han acudido al solar de sus mayores no solo para visitar a los abuelos y cumplir así con el rito anual, sino para permanecer con ellos las tres o cuatro semanas de holganza vacacional de sus progenitores. En todos los pueblos que he visitado este verano se apreciaba la afluencia de visitantes. La mayor parte de ellos con raíces familiares bien asentadas, con las casas reformadas listas para acoger a los hijos y nietos de quienes en anteriores generaciones se vieron obligados a buscar mejores modos de vida en otras tierras.
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Muchos núcleos rurales siguen careciendo de cobertura decente de internet y de otros servicios y comodidades que hubieran hecho más grata la estancia de una tropilla juvenil incapaz de abrir un libro si no hay pantalla de por medio. Con todo, por donde yo me he movido he visto más bicicletas que teléfonos móviles, más carreras tras la pelota que horas de sopor televisivo, más de una veintena de chicuelos correteando por las mismas calles en las que en la temporada invernal apenas circularán un par de ellos. Estos últimos, en la soledad del otoño, serán quienes más sufran la desbandada de finales de agosto; ellos serán quienes con mayor motivo añoren las largas horas de camaradería estival, los enredos y escondites, las pequeñas travesuras compartidas y puede que alguna descalabradura.
Decididamente, las calles de estos pueblos revivieron al calor del verano. Bares y pequeños comercios han notado el alivio que los estacionales clientes aportaban a sus maltrechas cajas. Los panaderos ambulantes apenas daban abasto a entregar el producto de sucesivas hornadas, y los furgones con frutas, verduras, quesos fiambres y productos congelados vaciaban la oferta tan pronto como los ruidosos altavoces anunciaban su presencia en la plaza.
En esta ocasión, hasta los “corrales de muertos” (ver el poema de Unamuno inspirado en el metafísico inglés Thomas Gray) habrán llegado las risas, los ecos cantarines y jolgorios de la pequeña tropa desperdigada por calles y callejuelas. Esas alegrías infantiles, con sus carreras y sus juegos alocados, nos recuerdan que en sus gozos no hay lugar para duelos ensombrecidos por fúnebres atavíos. Los ecos del griterío juvenil resuenan en esa España interior, sufrida y resignada, que volverá a vaciarse antes de la otoñada hasta el próximo verano. En este extraño mes de agosto el coronavirus no ha conseguido enturbiar sus inocentes diversiones. En cambio, el incierto curso escolar a punto de iniciarse será mucho menos divertido para los chavales.
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