Estamos a un paso de iniciar el nuevo curso, lo que entendíamos por un nuevo curso: fin de vacaciones, exámenes de septiembre, nuevos proyectos, retomar ... el trabajo que quedó sobre la mesa... El último trimestre era, en general, todo un empujón de adrenalina y buenas intenciones para coger la Navidad con ganas y cerrar el año con la sensación del trabajo bien hecho, los niños en el cole y una bonita gabardina colgada en el armario para recibir al invierno con estilo. Hoy, 2021 AD, mucho ha cambiado el mundo, la Salamanca vaciada incluida. Y no hablo de los tiempos de los Reyes Godos, hablo de diez, veinte, treinta años atrás, apenas un suspiro en nuestra memoria.

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Pero es en el trabajo, en su legislación y en su manera de afrontarlo y vivirlo por parte de la sociedad, en lo que España ha dado un giro copernicano y completamente dantesco para el progreso de nuestro país y para mantener una estructura social míninamente organizada y productiva, hasta el punto, como vengo predicando en el desierto desde hace años, que España está colapsada laboralmente. Estamos hollando el último tramo hacia la conquista del Estado fallido a la que se ha dedicado el PSOE con sus torticeras políticas “sociales” (pura farsa) y a las que los del PP se han abrazado como borrachos a la farola. Mucha camisa azul-PP de “Abercrombie”, pero en realidad están disfrazados de típicos progres acomplejados para hacerle los coros a un socialismo disparatado y bananero. Y entre unos y otros, España descuartizada y arruinada. Vuelva usted mañana (gracias Mariano José de Larra).

Con una tasa de desempleo del 15%, una cifra de juzgado de guardia, y con medio millón de personas en el limbo del ERTE, paro encubierto sin más, la actividad laboral sin embargo es una guerra a la que se lanza cada día el empresariado, sobre todo las pymes. Dicho de otro modo: nadie quiere trabajar, pues en España gracias a las políticas “sociales” bananeras es posible vivir sin dar ni golpe. Por otra parte, la actitud ante el empleo -gracias a la sobreprotección del Estado- es mínima. No solo no importa la viabilidad de la empresa para la que se trabaja, sino que no importa ni la propia satisfacción personal. Estos compradores de votos y de almas han hecho una sociedad de “muertos vivientes” que ya son legión para la batalla final: la quiebra del Estado.

No es la defensa imposible del liberalismo que corre por mis venas y que se resume en un Estado residual (pero extremadamente eficaz), es nuestra supervivencia como sociedad, como democracia, como ciudadanos libres y orgullosos de nuestras capacidades y oportunidades. Vegetar no es una opción.

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