Este es precisamente el título de la exposición que todavía puede admirarse en el convento de San Francisco de Béjar. La muestra revela los estrechos ... lazos que don Miguel mantuvo durante décadas con ese lugar tan poblado de recuerdos para el rector salmantino, ese hermoso espacio urbano y algunas de las poblaciones próximas donde, citando sus propias palabras, “he dejado muchas horas de mi vida”. Para mí, como para el gran público bejarano y salmantino, ha sido todo un descubrimiento apreciar hasta qué punto la presencia unamuniana cobra vida y revela en plenitud los rastros y afectos, el “diálogo fecundo”, que leemos en uno de los textos del catálogo expositivo, apreciables en el incansable transitar de don Miguel por la ciudad más industrial de la provincia salmantina en aquellos años de esplendor y riqueza. Una ciudad en la que también brotaban ocasionales convulsiones que sacudían los andamiajes de un pueblo sensible a los movimientos reivindicativos de la clase obrera, como han demostrado rigurosos analistas de nuestro Estudio salmantino.
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Unamuno se sentía cómodo en Béjar, porque esta ciudad constituía para él un trasunto de su Bilbao natal. Había centros fabriles, gentes laboriosas, vida intelectual, una Escuela Superior de Industrias cuyo claustro reclamaba su presencia en las inauguraciones de curso y en diversos actos académicos, un Casino Obrero liberal y progresista en el que pronunciar conferencias y debatir cuestiones políticas; un entorno, en fin, en el que tampoco faltaban las agitaciones sociales, otro apropiado caldo de cultivo para espolear las diatribas políticas a las que Unamuno jamás pudo sustraerse: “Aquí he pensado y he sentido muchas veces nuestra España”. ¡Ah! Y un tren lento y calmoso –hoy ni una cosa ni otra, ni siquiera tren-- en el que desplazarse sin prisas desde Salamanca, lo cual le permitía escribir a lo largo del tedioso recorrido “a la hora en que el sol, fatigado, se arropaba en nubes sobre la sierra de Francia”. Béjar fue punto de partida para sus excursiones veraniegas a pie, a lomos de caballerías o en automóvil; fue el horizonte de “encendidas montañas depuradas” que contemplaba desde el tren; fue espacio de acogida y encuentro con amigos y compañeros que tenían en Béjar o en sus alrededores cobijo ocasional o residencia permanente. Muchas son las egregias figuras con las que Unamuno compartió jornadas inolvidables al abrigo de una hospitalidad sin par en Béjar, el Castañar, Candelario, Becedas, Hervás...
El esfuerzo conjunto del Ayuntamiento y la Universidad de Salamanca ha permitido reconstruir, en palabras de la alcaldesa, “la apasionante relación que el rector salmantino mantuvo con este rincón de la provincia en el que se sentía como en su propia casa”. Vale la pena visitar la exposición.
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