Releo el libro que elegí ayer para conmemorar la fecha : “No me extraña que Dios esté irritado... Él moldeó estos valles, decoró estas laderas con ... las jaras y los tomillos, con el musgo tierno, las gamonas enhiestas y los enebros melancólicos... con roquedales verdes y amaneceres de cobalto... y lo preservó hasta donde pudo... Pero hemos venido nosotros, como unos intrusos indeseables, a molestarle, a romper el hechizo de su obra excelsa...”. Recuerda “El paraíso perdido”, en que Milton versifica la primera desobediencia del hombre y el primer ceño del Creador. Pero “me consuelan los puentes que estamos levantando... sus columnas erguidas... su altanería desafiante”, y los túneles, “con su murallón de granito y su intransigencia de venado... la cabeza dura y las entrañas de hierro, inconmovibles. Que ni dinamita ni taladros mecánicos, ni pico y pala”. Las citas son de páginas de “Los túneles del paraíso” (2009), del oriundo de esa tierra abundante en hinojos, regada por el Duero –Hinojosa–, el salmantino Luciano González Egido, “una de las cimas de la novela española de estos últimos años” –según Ricardo Senabre–, mi prosista preferido, por su manejo magistral de nuestra hermosa lengua, a la que ama(mos) con inocultable lujuria.

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Mi elección no fue caprichosa, sino motivada por la noticia de LA GACETA : “El Camino de Hierro echa a andar como recurso turístico único en el mundo”. El tramo de vía (17 km), desde La Fregeneda hasta el muelle fluvial de Vega Terrón, una parte de aquella Línea del Duero, el ferrocarril desde La Fuente de San Esteban (61 km), que fue (es) una de las grandes obras de la ingeniería europea del XIX, cerrada al tráfico el 1º de enero de 1985. Desde entonces, escribe Luciano, “las vías se fueron acostumbrando al silencio y siguieron mostrando su inútil disponibilidad, los túneles ofrecieron sus bocas negras como una acusación implícita y se poblaron de murciélagos asustadizos... las hierbas fueron creciendo en el silencio de los andenes... entre las piedras del balasto seguían floreciendo cada primavera prados verdes de margaritas, cardos, magarza, malvavisco, surgidos como un milagro en el encintado de granito que señalizaba los dominios del ferrocarril... Los muertos pudieron pasearse, para estirar las piernas por aquel camino sin destino, por aquellas vías sin utilidad, atados al paisaje donde fueron felices alguna vez y desgraciados casi siempre”. ¿Se puede escribir mejor?

Como nuestra relación es fraternal, le llamo para darle la buena nueva. La Diputación, tras una plausible iniciativa, abría el llamado Camino de Hierro, no para un ferrocarril turístico, sino para senderistas; que los túneles que protagonizan su novela, podrán ser transitados ¡al fin! con decencia y seguridad; decirle que su “metáfora sobre la condición humana” –como él califica su relato–, reverdecía, porque “su grandeza estriba en seguir ensayando, una y otra vez, los caminos de una felicidad esquiva”; para que aliviara la “punzada” que confiesa sufrió tras el cierre del tramo Boadilla-Barca d’Alba; que algún día habrá dineros para poner en marcha en nuestro far west un trenecillo turístico sin par, como el portugués de Pocinho a Regua, por las orillas del Duero, entre viñedos; que venga a Salamanca para asomarnos –no hay piernas, solo asomarnos–, al sendero de gloria que transformó aquel paraíso del Abadengo, que violó “el humo delator del paso del tren... aquel humo blanco, algodonoso, como nubes efímeras, sutil como velos de novia, aleteando siempre como un adiós”; que se ha agotado el cupo de senderistas de los muchos que aspiraban este fin de semana a transitarlo; que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero; que su “hermano desde hace tiempo y para mucho tiempo” (reza su dedicatoria de mi ejemplar), echa de menos un café, charlado despaciosamente en el “lugar mas bonito del mundo”, como el califica nuestra Plaza Mayor, en el Novelty, con el recuerdo de Unamuno en sus últimos días, que él relató magistralmente en “Agonizar en Salamanca”; y que como doctrino, quiero seguir aprendiendo de su sabiduría patriarcal, fraternal. Su sordera y mi hipoacusia no nos permiten tanta expansión. Me recuerda que ya tiene 93 años, que ha sufrido una caída doméstica, pero que quiere venir en mayo y me llamará.

Caminante, ya hay camino. Tendrás el privilegio de hollar ese viejo itinerario, un nuevo sendero que da gloria verlo. Me gustaría que llevaras en tu mochila, junto a la linterna, agua y tiritas, la memoria de quienes hace casi siglo y medio, formaron un maremágnum de ingenieros, peritos, carrilanos, cantineros, famélicos, buscavidas, ex presidiarios, buhoneros y hasta putas de a real, como la inglesa Miss Flowers –“aquel mar de carne de ternera berrenda”– pero que lograron culminar una obra ciclópea. Senderéalo con respeto.

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