La semana pasada murió a sus 83 años Xavier Rubert de Ventós. Lo traté cuando llegó a Madrid como diputado del PSC (1983-1986); luego ... fue eurodiputado (1986-1994). Era una persona con gracia y sin ninguna consistencia ni política ni ideológica.
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Acabó pasándose al separatismo. Dos perlas: “No soy nacionalista, soy separatista”. “Separarse de España es la salvación de Cataluña”. Decía, además, que su relación con España era la misma que tenían un colombiano o un peruano. Este pensamiento quizá se debiera a que su abuelo se forró en Puerto Rico.
A su muerte la prensa catalana ha elogiado «su humor y su agudeza, enemiga de cualquier gravedad», y lo ha calificado de «figura clave de la vida pública catalana».
“Figura clave”. Si eso fuera verdad lo único que demostraría es que la política catalana está echada a perder desde hace mucho tiempo. Y con ellos los separatistas también han echado a perder la economía y –lo que es más grave– la convivencia dentro de Cataluña.
Según Luis Ventoso , “era uno de esos intelectuales que disfrazan el vacío con paradojas relampagueantes, en realidad inanes: «La existencia de Dios es quizá la mejor manera de no creer en él».
Sin duda, Rubert de Ventós, que en paz descanse, fue un hombre que escribió lo que quiso y al que nadie siguió, pero él sí se sumó al movimiento separatista que no ha hecho otra cosa que perjudicar a España y sobre todo a Cataluña.
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En segundas nupcias, Rubert de Ventós se casó con la escritora gallega Luisa Castro, que en 2006 ganó el premio Biblioteca Breve con su novela ‘La segunda mujer’.
El jurado que otorgó el premio a Luisa Castro estaba compuesto por José Manuel Caballero Bonald, Adolfo García Ortega, Pere Gimferrer, Manuel Longares y Rosa Regàs. Para que conste.
La novela es un verdadero ajuste de cuentas con su ya entonces ex marido, donde pone en su sitio –es decir, a parir– a la alta burguesía catalana.
Lo define muy bien Luis Ventoso:
“Lo que viene a contar [la novela de Luisa Castro] es que su nueva familia política, una panda de altivos pijos barceloneses, jamás la aceptaron y siempre la vieron como una paleta gallega, sin nada que ver con su maravilloso mundo, supuestamente culto, elegante, sofisticado, europeo.
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“Y es que en el fondo, la biografía política de Rubert de Ventós refleja la médula real del insidioso nacionalismo catalán: un complejo de superioridad como la copa de un pino respecto al resto de los españoles”.
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