A estas horas no sabemos cuántas vidas se ha llevado por delante ese maldito virus de cuyo nombre no quiero acordarme. A estas alturas, el Gobierno todavía no ha encontrado la forma de contarlos con un poco de sentido común y sobre todo con un ... mínimo de sentimiento. No conocemos la cifra, ni siquiera si los que están hoy seguirán mañana. Solo sabemos que ni ellos ni sus familias se merecen el patético espectáculo al que hemos asistido en los últimos días.

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Hoy me siento a escribirle estas líneas con el bochorno entre las teclas y el cabreo entre los labios. Nunca pensé que esta pandemia acabaría llevándose también por delante el respeto a los muertos. El luto oficial ha llegado en medio de un aberrante baile de cifras. Los muertos son números que se suman y se restan, de un día para otro, con la misma falta de escrúpulos con la que se cocinan los datos del CIS. Terrible y demasiado inhumano. No quiero imaginar el dolor de esas familias que antes sufrieron la soledad y que ahora padecen el desbarajuste.

Cada tragedia tiene su número exacto de víctimas, con nombre y apellidos. Piense usted en cualquiera de la historia reciente. Y si no, ahí tiene el ejemplo cercano de la portada del New York Times de esta semana con los nombres, apellidos, edad y una breve reseña de muchas de las víctimas norteamericanas. Aquí en España ese ejercicio, que es necesario, a día de hoy resulta imposible. Hoy tenemos menos víctimas que el domingo pasado, a pesar de haber sumado alguna nueva todos los días de esta semana.

Este Gobierno ha llegado tarde al luto, igual que a los test, al material sanitario y a las primeras medidas de contención. Las banderas deberían haber lucido crespones negros hace mucho tiempo. Pero una vez decretado, lo mínimo que se puede hacer es respetarlo.

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Este miércoles, mientras se arriaban las banderas a media asta, el Congreso de los Diputados se volvía a convertir en una ciénaga de descalificaciones. Al minuto de silencio le seguían otra vez las voces, los insultos, la división y la polarización que es lo que alimenta los extremos. Demasiado ruido multiplicado también por los ceses en la Guardia Civil, con los que el ahora juez y parte Marlaska destapa sus errores. Nada nuevo bajo el sol en este Parlamento en el que cada vez hablan más y suman menos. La división nos sigue condenando a no salir más fuertes de esta crisis, por mucha campaña institucional que exhiba el ejecutivo.

España ha llegado al luto en medio de caceroladas, escraches, acusaciones de golpes de Estado, manifestaciones motorizadas, ochos de marzo, pactos indecentes con Bildu, promesas a Esquerra, aglomeraciones y crispación... Nada más lejos del recuerdo. Ellos son miles, aunque no podemos dar la cifra exacta. En serio, piénselo usted durante un minuto. ¿No merecen las víctimas y sus familias poder escuchar estos días un poco de silencio?

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