EN ocasiones me ocurre que pasan semanas y no atravieso la plaza del Liceo para llegar a la Plaza Mayor. Si a ustedes les ha pasado lo mismo en el arranque de este mes, les aconsejo que no lo dejen para más adelante y paseen ... por allí sin falta esta semana. Lo digo porque hasta este domingo van a encontrar una exposición en la que merece la pena detenerse.
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Una muestra que presenta 102 portadas de LA GACETA, las cuales recogen los acontecimientos más relevantes de los 102 años de vida del periódico y algunas curiosidades que sirven para rebajar el tono trascendental de la mayoría de ellas. Fundamentalmente van a poder ver cómo ha cambiado Salamanca en el último siglo. Que lo ha hecho. Y mucho.
Pero a mí, después de mezclarme entre esos 11 totems plagados de información, me vienen a la cabeza cuatro reflexiones. La primera, que tenemos la suerte de vivir en libertad. Atrás quedaron los años oscuros de la censura de un lado y de otro. En una de las portadas se refleja cómo las autoridades franquistas taparon la gravedad del accidente del polvorín de Peñaranda, en el que murieron más de un centenar de vecinos. Hasta un año después no se autorizó a la prensa que detallara el número de víctimas. Pero es que durante la República anterior a la dictadura, las páginas del rotativo aparecían con infames pegotes en blanco fruto del censor e incluso el periódico dejó de acudir a su cita diaria con los lectores durante casi un mes por orden gubernamental. Así se las gastaban entonces.
La segunda es que Salamanca continúa en el olvido y, que por lo tanto, debemos seguir luchando por nuestras reivindicaciones. Ya en los años veinte hubo un proyecto para trasvasar agua del río Tormes a la cuenca del Tajo. La idea ha sido recurrente a lo largo de las últimas décadas y, por fortuna, las autoridades salmantinas se han ido colocando en frente para que eso no ocurra. Pero hay más ejemplos. Las comunicaciones -¿recuerdan la carretera de la muerte? ¿Para cuándo la vuelta de las frecuencias de los imprescindibles Alvia a Madrid?-, los famosos papeles del Archivo, la instalación de un cementerio nuclear en Las Arribes, que soliviantó tanto al personal de la zona que no tuvieron reparos en ‘secuestrar’ al vicepresidente de la Diputación de la época... Quizás no haya que llegar a tales extremos, pero debemos seguir luchando por defender lo nuestro o continuaremos perdiendo trenes. Y ya van muchos.
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En tercer lugar, aunque se dice que somos tierra de banderías, también sabemos unirnos. Ahí está la portada de la inauguración del monumento a Unamuno en las Úrsulas, una estatua que salió adelante gracias a una suscripción popular, es decir, todo el mundo puso su granito de arena para reconocer a un vasco que se convirtió en uno de los salmantinos más universales. O las primera planas que reflejan los asesinatos de Serafín Holgado a manos de terroristas de ultraderecha y, días después, del policía Fernando Sánchez Hernández por los GRAPO. Familiares del primero se acercaron al velatorio del segundo y lloraron junto a su familia en uno de los gestos más importantes de lo que supuso la reconciliación nacional durante la Transición española.
Y finalmente, cuando ya me dirigía a la Plaza y veía la estatua de nuestro Vicente del Bosque, me di cuenta de que -como dijeron el viernes pasado Jesús Málaga, Alfonso Fernández Mañueco y Carlos García Carbayo en los Encuentros del Centenario organizados por LA GACETA- debemos estar orgullosos y creérnoslo un poco más. Porque cuando queremos, somos capaces de ganar campeonatos del mundo de fútbol, o eurocopas de baloncesto femenino, o llegar a la cumbre de la literatura o del toreo. Y además tenemos una de las ciudades más bonitas del planeta, que todo el mundo quiere visitar.
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Lo dicho. Acérquense al Liceo. Detenerse en esta exposición es un ejercicio de primera. De primera página.
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