El pasado sábado participé en un programa especial de Telemadrid, con motivo del día de la Fiesta Nacional. En un momento del mismo, se habló, ... cómo no, de la sombra de las sentencias del procés, que se cernía oscura y alargada sobre la celebración. Cuando me preguntaron mi opinión al respecto, yo dije algo que hoy repito con la misma tristeza: “creo que sea cual sea el veredicto, nadie se quedará satisfecho”. Por desgracia, mientras los CDR llaman a la “desobediencia” y a la “revuelta popular” o muchos escriben sobre la desazón que les provocan los 13,12, 11, 10 y 9 años a los que han sido condenados los imputados, otros tantos se quejan de que la pena no haya sido mayor y de que se haya descartado la rebelión. Estamos al borde de unas nuevas elecciones, así que nadie se quiere pronunciar del todo. Y menos Sánchez que ya ha dicho que ahora “no procede hablar de indultos”. Pero Casado ya ha pedido tipificar “la rebelión sin violencia en el Código Penal el delito de referéndum ilegal”.
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No tengo ni idea de lo que sucederá ahora, pero sí sé que todo este episodio maldito nos deja a todos con cicatrices en el alma, de las que duelen cuando cambia el viento. Supongo que era inevitable que hubiera un castigo duro y ejemplar contra unas acciones que atentan directamente contra la Constitución y contra el Estado de Derecho que, en definitiva, es lo único que nos ampara a todos. Pero me resulta doloroso pensar en que tantos años de cárcel (son muchísimos) no les parezcan suficientes a algunos y otros no los quieran aceptar. Se trata de una sentencia, sin duda histórica, que exigirá el replanteamiento de muchas cosas en todas las partes. Eso es lo que yo espero y lo que me gustaría, más allá de las consideraciones particulares de cada cual. Cataluña necesita paz y orden para que su vida transcurra con normalidad. Y el resto de España necesita mirar hacia otros lugares que también requieren atención, cariño y respeto. El protagonismo permanente de Cataluña se tiene que acabar. También el de los independentistas catalanes que se sienten dueños y señores en una tierra dividida por la mitad y en la que la mitad no quiere dejar de formar parte de España. Desafortunadamente, creer que con una sentencia todo esto quedará resuelto, es ciencia ficción. Eso creo. Eso siento y eso me duele. También tantos años de cárcel. Pero si uno asalta un transatlántico y pone en peligro la integridad de todos, aunque sea sin pistolas, tiene que pensar en los riesgos. Y lo tiene que saber también quien quiera seguir sus pasos. Hoy es un día triste, porque hay sentencia, porque tenía que haberla, porque a nadie le vale del todo y porque hay demasiadas dudas de que con ella se recupere la tranquilidad perdida y anhelada por tantos catalanes.
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