Leo con pena en este periódico que el sábado falleció don Teófilo Muñoz del Castillo. ¿Quién no guarda en su memoria el recuerdo de algún ... buen profesor, de los que te marcan toda la vida? Del centenar largo de docentes que yo habré tenido en mi vida académica, dejaría en el podio de los “cum laude” sólo a cuatro o cinco. Y don Teófilo era uno de ellos.

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No es que no valore al resto; todo lo contrario. Creo que el de profesor es uno de los oficios más difíciles y a menudo menos valorados (que si trabajan pocas horas, que si tienen muchas vacaciones, etc). Hacer frente cada mañana a cuatro o cinco pequeñas “obras de teatro” (eso son las clases) siendo a la vez actor, director, guionista y músico de orquesta no es nada fácil. Menos aún si tu público no es el más entregado y está deseando que acabes para salir al recreo.

Don Teófilo se ganó el respeto de los aplicados y también de los más gamberros porque no buscaba ser tu amigo; sólo quería que aprendieras. Su bigote cano y espeso, sus gafas metálicas, su olor a tabaco, sus botos camperos y su SEAT 124 beige lo hacían inconfundible. Los alumnos del colegio Virgen De la Vega en los 80, 90 y posteriores sabíamos que era exigente, de los que apretaban sin ahogar.

Nos enseñó Matemáticas y Ciencias Naturales con tal maestría, que yo personalmente pasé los primeros años de instituto viviendo un poco de las rentas gracias a que me enseñó conceptos que no se daban hasta BUP o ESO: las ecuaciones de tres incógnitas, la tabla periódica o la teoría de la tectónica de placas.

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Explicaba tan bien que no se le podía reprochar nada y si encargaba deberes, se molestaba en corregirlos en clase, uno a uno. Apuntaba en su cuaderno cada acierto y cada fallo y a quien fallaba mucho le dedicaba sus célebres “melón de invierno” o “fantasma del pasillo”, le colocaba de rodillas —“ponte en posición de disparo”, decía con ironía—, o le pedía copiar un resumen de la lección 3, 5 ó 7 veces. Al día siguiente pocos fallaban y mucho menos se olvidaban los deberes. Hoy los métodos didácticos han cambiado, pero me consta que muchos de sus alumnos —incluidos mi hermano y yo— lo recordamos con cariño. Siempre nos acompañaba en las excursiones y aún recuerdo cuando nació su hija pequeña: volvió a sus clases feliz y contándonos que le habían puesto María Ángeles.

En 2015, cuando tuve el honor de pregonar nuestras Ferias y Fiestas, recordé mis años de colegio en Salamanca y nombré a don Teófilo sin saber que su mujer y su hermana me escuchaban entre el gentío de la Plaza Mayor. La sorpresa cuando se acercaron a saludarme para decírmelo fue muy emocionante. Desde aquí les envío a ambas y al resto de su familia todo mi cariño. Y para él, donde quiera que esté, un GRACIAS. Gracias, maestro.

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