No todos los historiadores coinciden en el origen de la conmemoración del 8 de marzo como día de la Mujer Trabajadora. Algunas versiones lo sitúan ... en las protestas del 8 de marzo de 1857, cuando miles de trabajadoras textiles fueron duramente reprimidas por salir a las calles de Nueva York para exigir jornadas laborales de diez horas y el fin del trabajo infantil. Aunque parece que el hecho clave fue el incendio de una fábrica de camisas de Nueva York donde murieron 146 personas. El Día Internacional de la Mujer del 8 de marzo fue declarado por las Naciones Unidas en 1975. Dos años más tarde se convirtió en el Día Internacional de la Mujer y la Paz Internacional. En definitiva, hoy, en el siglo XXI y gracias a las que conquistaron derechos en el siglo XIX y dieron los pasos definitivos para acariciar la igualdad, lo que significa este día para mí es la defensa de valores que humanizan la vida.
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En los primeros años del siglo XX las primeras manifestaciones de las mujeres en Estados Unidos tenían como fin obtener el derecho al voto y mejorar sus condiciones laborales. Desde entonces muchas mujeres, de un signo político u otro o incluso sin ninguna premisa política, han luchado desde distintos “frentes” por la igualdad social, laboral y salarial y aunque quede mucho por hacer, también es mucho lo que se ha conseguido, sin pretender en ningún caso que hombres y mujeres seamos iguales biológicamente hablando.
El Día de la Mujer debe ser un homenaje a las mujeres normales, las que trabajan y compatibilizan la vida familiar y laboral, a las que voluntariamente y en libertad deciden dedicarse solo a criar a sus hijos e intentan educarlos en valores y libertad sin ser demonizadas por ello, a las que cuidan de nuestra salud, a las que nos dan amor y nos protegen, a las que se levantan cada día y saben enfrentarse a la adversidad. En definitiva, las que nos dan un ejemplo de vida, de tesón y de perseverancia por conseguir sus objetivos y por hacer una sociedad mejor.
Mi tributo personal de este día, como ejemplo de mujer que ha decidido luchar por lo que cree, por su nación y por haber decidido plantarle cara al invasor, al tarado asesino, como es Vladímir Putin. Olena Zelenska, la mujer del presidente de Ucrania, es valiente, es guapa -lo que por supuesto no está reñido con defender la igualdad- estudió arquitectura y posteriormente se convirtió en guionista. Zelenska se convirtió en escritora para una compañía de comedia que llevó a Zelenski a la fama con “Servidor del pueblo”. Hoy es objetivo prioritario del mandatario ruso, de Putin, al que las de izquierdas perdonan por ser otro macho alfa.
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“No tendré pánico ni lágrimas”. “Estaré tranquila y confiada. Mis hijos me están mirando. Estaré junto a ellos. Y junto a mi esposo”, escribió en Instagram cuando comenzó la invasión. El pasado domingo suplicó a los medios de comunicación internacionales que contaran cómo las fuerzas rusas están asesinando a niños. “Los invasores rusos están matando a niños ucranianos”, publicó en Instagram junto con las fotos de cinco pequeños asesinados por ataques rusos y apeló a las madres rusas para que sepan lo que están haciendo sus hijos en Ucrania.
Ella sí es un ejemplo de lo que tiene que ser el 8-M. Pero aquí parece que si no eres de izquierdas, gritas contra el PP y Vox y protestas contra la guerra y no contra el invasor, no tienes derecho a conmemorar el 8 de marzo.
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Ni Ione Belarra ni Irene Montero estaban ayer en la manifestación para defender la igualdad. Montero es ministra por ser “la mujer de”, que es lo más retrógrado y machista del mundo, pero ella no hace “ascos” con tal de tener una cartera ministerial. Ayer, si defendieran la igualdad se habrían manifestado contra Putin, el mayor agresor de mujeres y niños inocentes. Pero ese tipo de igualdad no interesa a la izquierda, que siempre ha querido apropiarse de luchas que no ha hecho ni batallas que no ha ganado.
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