No me gustó nada la reacción de Messi cuando, tras haber eliminado a los Países Bajos en el pasado Mundial, espetó aquello de “¿Qué mirás, bobo? ¿Qué mirás, bobo? Andá p’allá, bobo, andá p’allá”. Estaba siendo entrevistado en la zona mixta y sus ... palabras dirigidas a Weghorst, el autor de los dos goles de la Naranja Mecánica, se hicieron virales antes de que el periodista hiciera la última pregunta al astro argentino.
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El tono de la frase fue macarra y pendenciero. Muy diferente al burlesco de la inscripción que aparece en un medallón del monasterio gallego de Samos. El autor del “¿Qué miras, bobo?” del siglo XVI lo escribió para reírse de los peregrinos que mirasen al techo del claustro gótico de las Nereidas. Una inscripción en la línea del “tonto el que lo lea” que todos habremos anotado alguna vez en un papel para gastar una broma.
No, Messi buscaba camorra. Y esa misma expresión, con la misma intención que empleó el jugador del PSG, se escucha cada vez más en el interior de algunos bares y discotecas de Salamanca a medida que la noche avanza.
Un pisotón sin querer, una gota de cubata que cae en las zapatillas del tipo que tienes al lado, una mirada a la chica equivocada pueden provocar ese “¿Tú qué miras?” y acabar en una bronca inesperada. No hace falta más para encender la mecha de la violencia latente que se respira de un tiempo a esta parte entre muchos jóvenes.
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No hay muchos estudios sobre este tema. Pero uno publicado en 2018 por el Instituto de la Juventud reflejaba que las lesiones por agresiones entre los jóvenes habían aumentado un 85,22% en apenas tres años. Una barbaridad. No es la delincuencia juvenil la que se ha acrecentado, sino la normalización de la violencia entre los adolescentes.
El pasado fin de semana Salamanca vivió varios ejemplos. El primero, el viernes en la plaza de España, donde dos grupos de jóvenes, de entre 14 y 16 años, se enzarzaron a palos. No eran pocos. Medio centenar. Esa misma noche, en la calle Bordadores se produjo una pelea y dos jóvenes acabaron en el hospital. La Policía se incautó de un listón de madera con clavos con restos de sangre. La siguiente madrugada no fue mejor. Los sanitarios recogieron inconsciente a un hombre de 49 años en la calle Varillas después de haber recibido un puñetazo. Y poco después, de nuevo en la zona de Bordadores, a un chaval le estamparon un vaso en la cara. La noche se completó con un tipo detenido por traficar con droga en la fiesta tecno del Multiusos -donde hubo una veintena de identificaciones por llevar sustancias no recomendables- y otro arrestado por robar móviles aprovechando la multitud. Y la guinda llegó cuando ya había amanecido en la Plaza Mayor. La Policía desalojó un conocido ‘after’ situado en uno de los pasajes del recinto monumental porque estaba tan hasta arriba que multiplicaba por dos el aforo permitido. Cuando los agentes entraron en el local, había tanta droga tirada en el suelo, que el perro de la unidad canina se dio la vuelta para coger aire y no quedarse allí dentro patas arriba.
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Puede que la mejoría del tiempo haya provocado que los jóvenes salieran más este fin de semana. O que la llegada de la primavera, la sangre altera, como dice el refrán. Pero no me parece muy científico este razonamiento. Hay un problema . Y si las autoridades no lo remedian, vamos a tener un disgusto mucho mayor.
Salamanca es una ciudad pequeña. Se conocen las zonas conflictivas. Se saben qué locales incumplen la normativa noche tras noche. Se tienen identificadas a las bandas que protagonizan altercados. ¿A qué se espera para dejar de mirar y actuar?
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