Siempre albergué la esperanza de que el papa Francisco no echaría el cerrojazo a casi 900 años de historia de la diócesis de Ciudad Rodrigo. ... Pero no ha sido así. El pontífice argentino, el que parecía más cercano a los pobres, a los humildes y a los necesitados, pasará a la historia de Miróbriga como el que acabó con la Diócesis, tan íntimamente ligada a la importancia de la ciudad como baluarte ante los musulmanes. Fue creada el 13 de febrero de 1161 tras la reconquista de Ciudad Rodrigo por un acuerdo entre el arzobispo de Santiago de Compostela y el rey Fernando II. Con la división del reino leonés en León y Portugal, el monarca elevó el grado de la ciudad a Sede Episcopal con el objetivo de reafirmar su posición frente a los portugueses del oeste y los almohades del sur.

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Aquí acaba esta historia, para muchos intrascendente, de casi nueve siglos. Para un mirobrigense o para un salmantino ha sido uno de los momentos más amargos de esta larga y triste agonía, que comenzó con la marcha, aún sin explicar, de don Raúl Berzosa, el último obispo titular de la pequeña diócesis del Oeste del Oeste español.

La jerarquía de la Iglesia ha actuado en todo este desabrido asunto como lo haría cualquier partido político: donde no resulta rentable económica o electoralmente, se quitan los servicios hasta que los pueblos o los municipios acaban por desaparecer. Es la única razón de peso que puede explicar cómo han actuado los consultores del papa Francisco, el que finalmente ha tomado una decisión que a todas luces y desde el punto de vista cristiano no puede ser más equivocada.

Repito algo que a lo largo de estos meses me he dicho a mí misma muchas veces: Jesucristo jamás hubiera tomado semejante decisión. El Jesús del Evangelio fue predicando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, acompañado por un grupo pequeño, los doce apóstoles. No se dirigía a los grandes, ni lo hacía en lugares cargados de oropeles. Hablaba para los pequeños, para los humildes y para los pobres.

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Pero lo peor que ha hecho la cúpula de la Iglesia, esos a los que supuestamente ha preguntado el papa bajo secreto pontificio, es crear falsas esperanzas cuando el resultado, hace tres años cuando abandonó el Obispado don Raúl, con nocturnidad y secretismo, habría sido el mismo que ahora: decir adiós a más de 800 años de una Diócesis que ha convido en armonía con las gentes de la comarca de Ciudad Rodrigo.

Han sido tres años de engaños -conculcando uno de los diez mandamientos de Jesús: no mentirás- priorizando lo terrenal a lo evangélico y como si de vulgares gestores de lo público se tratara, poniendo por encima lo economicista.

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Hubiera sido mucho más honesto comunicar la decisión que se conoció el lunes cuando se marchó u obligaron a marcharse a don Raúl. Estaba claro que es más fácil acabar con una Diócesis tan pequeña, tan apartada de los centros de decisión y de poder como Barcelona, donde reside el cardenal Juan José Omella, actual presidente de la Conferencia Episcopal o Madrid, donde tiene su sede la Nunciatura de su Santidad en España, que tiene al frente al filipino monseñor Bernardito Cleopas Auz. Sin embargo, desde el punto de vista estratégico de evangelización también es un error porque Ciudad Rodrigo convive en franca hermandad con Portugal, porque en esto del cristianismo no hay fronteras. Jesucristo también será compasivo para quienes han caído en tan lamentable error.

El nuevo obispo, que compaginará las diócesis de Salamanca y Ciudad Rodrigo, José Luis Retana, será bienvenido, pero no nos puede contar la milonga de que la diócesis no desaparece porque sigue manteniendo la estructura. Monseñor, un buen gesto sería empadronarse en Ciudad Rodrigo y vivir en el palacio episcopal de esta pequeña ciudad. Bienvenido, a pesar de la tristeza.

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