Contaba Tomás Blanco García en su libro de monumentos conmemorativos de Salamanca que la “Victoria” de La Alamedilla vio la luz el 18 de ... junio de 1962 durante la inauguración de la reforma del parque impulsada por el alcalde, Miguel Cruz Hernández, y con el apadrinamiento imprescindible del gobernador civil, que entonces era Enrique Otero Aenlle, que dio nombre al pabellón deportivo del parque, como recordamos lo que ya tenemos una edad. El concejal de parques de la época, Antonio Aniceto, pidió al escultor Agustín Casillas, que retocase la escultura, que estaba en los almacenes municipales para la ocasión. Y ahí está hoy, convertida en una referencia feminista, protagonista el lunes de una ofrenda floral a aquellas mujeres que están en el frente en estos momentos pandémicos. Fue un homenaje a mujeres con destacada presencia de ellas. Mujeres con mando en plaza, como la subdelegada del Gobierno, Encarnación Pérez, o las concejalas María García, Almudena Parres y Carmen Díaz, o la teniente de alcalde, Ana Suárez. Aunque las protagonistas de verdad fueron Laura Martín y Virginia Vicente, que hicieron la ofrenda con su atuendo del Servicio de Parques y Jardines, o sea, con traje de faena, de “currantas”.

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Después de la ofrenda recordé –cosas de la cabeza y la edad—a aquellos vigilantes de los parques que tuvimos una temporada con su reglamentario bigote y un sombrero tocado con una pluma de pavo. Aquella Alamedilla de los sesenta tenía pajarera, ciervos, pavos, conejillos de indias y hasta un mono, además de teatro de marionetas, piscina y parque infantil de Tráfico. Hoy se ve más diáfana que entonces y esa “Victoria” helena, blanca como el marfil y con melena al viento luce como una diosa o reina de La Alamedilla. Propongo que al año que viene le pongan un complemento morado y temporal: un pañuelo, por ejemplo. Al fin y al cabo, este pasado 8-M, Día de la Mujer, se ha convertido en un icono feminista o femenino, pero también encajaría en muchas de las pinturas que la prolífica Carmen Peña muestra en La Salina. Cuadros de diversos tamaños, algunos casi miniaturas, con una luz y una naturaleza deshumanizada que da que pensar si no caminamos hacia eso, en los que uno espera que aparezca un jardinero con su mono de trabajo. Me gustan mucho los instalados en la sala dedicada a su primera época. Simplemente me gustan. No tengo más criterio que ese.

Si el homenaje de La Alamedilla tuvo su emoción, tampoco le faltó al que se desarrolló esa tarde en el salón de recepciones del Ayuntamiento, y donde ayer se presentó el cartel anunciador de la Semana Santa -del que es autora una mujer, Rosa González, por cierto- para llevar la contraria al vicepresidente Francisco Igea cuando dice que hay que imaginar que no hay Semana Santa. Es difícil. Una imagen que encantó a la concejala de Cultura Victoria Bermejo cuando la vio. En fin, toma cartel de Pasión sin Semana Santa, y toma despliegue pasional en la calle de Wences Moreno, en los escaparates, de capirotes, túnicas, cruces, medallas, instrumentos musicales, uniformes o estandartes, mezclados con libros, fotografías, bollería, frutería, blusas o lencería. Más que de faena, trajes de devoción. Como una sección de aquel Museo de Semana Santa que años atrás intentó el alcalde Lanzarote. Su tocayo, Julián Alcántara, que entonces presidía a las cofradías no lo veía claro. Y lo estaba. Era imposible. Todavía hoy se intenta, pero discretamente. Lo de Wences Moreno, cerca de la Plaza del Oeste, tiene su curiosidad y ya avanzo que habrá quien se rasgue las vestiduras y reclame auto de fe para sus promotores, así que Inmaculada Cid, ponte a cubierto.

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