Parece que poco a poco se ha ido desinflando la polémica sobre la Conquista de México y los duelos e inculpaciones que el presidente de ... ese país hizo recaer sobre las cabezas de los españoles (sus propios antepasados) y acaso los de su señora, teórica de la literatura y apellidada Gutiérrez. De todo este asunto, ya sea conquista, encuentro o encontronazo, me llama la atención —más que la abundante historiografía escrita por los “vencedores”— la perspectiva de los nativos indígenas, la visión de los vencidos, que un buen día de 1519 vieron aproximarse unas “torres o cerros pequeños que venían flotando sobre el mar”.

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Esas torres eran, evidentemente, los barcos que traían a los españoles en busca de nuevas tierras y tesoros. Tomados al principio por dioses, pronto se darían cuenta los mexicas de que lo que se les venía encima eran las plagas que ya habían anunciado ocho funestos presagios diez años antes de la arribada. Tanto es así, que Moctezuma pidió a todos los adivinos, videntes, brujos y nigromantes que le explicaran el sentido de esos augurios a los que posteriormente aludiría fray Bernardino de Sahagún en su “Historia general de las cosas de Nueva España”: lenguas de fuego en el firmamento, templos que ardían solos, aguas hirvientes en las zonas lacustres, mujeres misteriosas que lloraban en la noche, apariciones de aves bicéfalas y seres monstruosos, etc. Total, que los augures no atinaron con explicaciones satisfactorias y Moctzuma, algo enfadado, mandó que los encerraran, mataran a sus familias (“a las mujeres ahogándolas con sogas y a los niños golpeándolos contra las paredes hasta hacerlos pedazos”) y arrasaran sus casas.

El imperio mexica también tuvo sus propios historiadores que hablan de su relación con la nobleza tolteca, como nos recuerda el “Códice Matritense”. El texto indígena puntualiza: “porque allí se guarda mucha mentira, y muchos en ellas han sido tenidos por dioses”.

Vista la situación de los indios en el México actual –quinientos años después, no lo olvidemos— no me extrañaría que esa población nativa y marginada, explotada y deprimida, avizorara en lontananza por si hubiera atisbos de otras torres en el mar portadoras de españoles que los rediman de su desamparo. Y si fueran torres eólicas marinas, generadoras de energía eléctrica, riqueza y prosperidad, mejor.

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En fin, que si no nos queda más remedio que asumir patrañas tendenciosas e interesadas que distraen la atención de los ciudadanos mexicanos; si no somos capaces de analizar los hechos históricos lamentando, eso sí, los excesos, pero estudiándolos con rigor, sin apasionamientos patrioteros y en su contexto; y si lo que queremos es avivar las brasas de los resquemores, propongo a Hernán Cortés como Doctor Honoris Causa a título póstumo.

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