Conocí a “El Rubius” hace unos años en el descanso de un partido de Champions en el Bernabéu. Quien nos presentó me dijo, tras aquel encuentro fugaz, que aquel chaval con más pinta de adolescente desgarbado que de millonario, ganaba más dinero que alguno de ... los futbolistas que estaban sobre el terreno de juego. Le confieso que por aquel entonces, y ahora tampoco, ni conocía su trabajo ni sus méritos para facturar más que muchas empresas. Eso sí, reconozco el valor de quien sabe aprovechar las oportunidades en una revolución, como la digital, para hacerse millonario cantando, riendo, llorando, jugando o enseñando impúdicamente sus habilidades.

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Como ya habrá podido usted imaginar no le escribo estas líneas para hablarle del personaje, sino del debate que se ha montado tras su marcha a Andorra para pagar menos impuestos. El viaje es mucho más viejo que su tecnología. En esto los “youtubers” no nos traen nada nuevo. Ese camino ya lo hicieron Arancha Sánchez Vicario, Montserrat Caballé, Jorge Lorenzo o la familia Pujol, aunque estos iban a escondidas. Al otro lado siempre encontraron menos presión fiscal y un destino lo suficiente cerca de España como para no despedirse de sus familias.

Más allá de la falta de escrúpulos de algunos de los citados y de la dudosa moral de otros, le confieso que en el debate de “El Rubius”, me podría poner detrás de los dos atriles. A un lado la libertad de cada uno para vivir donde le dé la gana y tributar donde más le beneficie, siempre y cuando no haga trampas. Y al otro la solidaridad para colaborar con los servicios públicos con los que se ha criado y con los que siguen viviendo los suyos. Los dos lados son válidos. Lo peor que han hecho “El Rubius” y sus amigos es sembrar un mal ejemplo aireando su traslado entre los millones de seguidores que les ven y les creen. Es irresponsable retransmitir el éxodo ante chavales y adolescentes como si fuera una aventura y justificarla demonizando los impuestos como si fueran el enemigo de un videojuego.

A estas horas muchos jóvenes piensan que pagar tributos es injusto en lugar de necesario. Otra cosa es pagar demasiado. Y ahí es donde tendríamos que abrir también el debate los que nos quedamos a este lado de la frontera. Ya lo dijo Jesulín hace años, “mato un toro para mí y otro para Hacienda”. Y a esa realidad se enfrentan muchos de los que tienen éxito. Hoy España recauda menos por impuestos y cotizaciones sociales que la media de los países del euro. Los impuestos altos ahuyentan al dinero y favorecen la economía sumergida. Otros países, y no hablo de los “paraísos fiscales”, ya han probado fórmulas para no espantar la riqueza. Quizá este no sea el momento, pero deberíamos elegir uno para el futuro. Si no, otros muchos se irán con sus ingresos. Ahí no hay “toque de queda” que valga, porque el que manda es el dinero.

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