Se encontraba esta mañana especialmente iluminado el experto en multiservicios del hogar, al que por cierto siempre le asomaba en el bolsillo trasero del pantalón ... una grasienta llave inglesa a modo de acreditación. En el bar de la esquina, le acaba de regalar completamente gratis, mientras se tomaba el segundo café de la mañana, unas cuantas lecciones de virología coronaviral al camarero, que, sin embargo, lejos de amilanarse con tanta y privilegiada información, le había contestado, con mucho convencimiento, con unas sucintas nociones de epidemiología zoológica que hasta cierto punto ponían en tela de juicio el discurso anterior.

Publicidad

La conversación, sin embargo, tenía tanto interés intrínseco, que no le había pasado completamente desapercibida al guardia forestal ya jubilado que sentado en una mesa del fondo y con la mascarilla en la garganta ojeaba el Marca. Es por eso, que él también quiso introducir un concepto en esa coyuntura dialéctica que les entretenía. A su entender todas las autoridades médicas y sanitarias se estaban equivocando de cabo a rabo y es más, muchos de ellos estarían comenzando a mear muy fuera del tiesto con sus recomendaciones.

Dejando pues de lado ese sesudo artículo que estaba leyendo en el Marca y en el que el director del citado diario deportivo, contraviniendo las directivas de la OMS, intentaba convencer a los lectores de los protocolos y medidas necesarias que debían tomarse para que pudiera desarrollarse con garantías la próxima Vuelta Ciclista a España, el susodicho se puso en pie y se acercó a la improvisada tertulia. Seguidamente y colocándose debidamente la mascarilla les dijo: “Tíos, de verdad, disculpadme, pero he escuchado su conversación y permítanme decirles que no tienen ni idea y como sucede con frecuencia: todo por no tener en cuenta el análisis de los genomas que caracterizan a este virus que es donde está el quid de la cuestión, además de en el espectro clínico de este tipo de infecciones”.

Lamentablemente en ese instante crucial que se disponía a abrirnos los ojos, en mi bolsillo comenzó a sonar el móvil y eran tantas las voces de aquellos tres que hube de salir del bar para poder escuchar a mi interlocutor telefónico. Lo peor es que no era nadie. Es decir, los de Vodafone que quieren que me borre de Jazztel.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas

Publicidad