No me convenció hasta que charlé un rato con él y escuché sus apasionadas palabras. Si le dejas hablar, estás perdido. Isidro Borrego Navalón está “ ... alobado” hace cuarenta años, aunque para librarse hace sortilegios aprendidos de viejos cazadores, pastores, guardas y alimañeros, y ha escrito un libro, que es como una carlanca protectora de las maturrangas del lobo. No se llena de pavor ante él, quedó fascinado cuando todavía era un lobezno. Se propuso “elevar sus cacerías de lobos a un camino místico, filosófico y casi chamánico”, y lo ha logrado en “A solas con el lobo. Cuarenta años de historias loberas”. Duplica por tanto al Conde de Yebes, en “Veinte años de caza mayor”, conocido por el prólogo de Ortega y Gasset, donde filosofó sobre la pulsión humana por la caza. “Tenemos que tratar de llenar el vacío de nuestras vidas, ya sea escribiendo, encerrado por algún vicio, practicando algún arte o cazando”, argumentó el filósofo. Siro Borrego ha cazado toda su existencia, pero además dibuja y escribe, y este lunes presentó su libro, con la primera edición ya agotada.
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No hay mejor espacio en esta ciudad para presentar libros que el Palacio de Figueroa. Y Siro, que con su familia tiene muchas y muy buenas amistades, puso el cartel de no hay billetes (si se me permite la broma, solo faltaron Rómulo y Remo). En primera fila, Fidel Benito, de “El Gardón”, a la raya de Portugal, donde uno divisó el único lobo que ha visto en su vida, con los del zoológico, otros disecados y el esculpido en piedra franca en una fachada de la Catedral nueva, con cuya ilustración acaba el libro. La colaboradora de LA GACETA María Eugenia Bueno hizo una afectuosa, medida, certera presentación, y el autor hizo gala de su pasión por el mundo del lobo, “el sabio mudo”, como lo llama el experto autor del prólogo, Ramón Grande del Brío. El despliegue de conocimientos y experiencias de las cuatro décadas “a solas con el lobo”, fue de tesis doctoral de naturalista, sobresaliente cum laude. (Personalmente tuve muchos reencuentros gratos, y mis manos temblorosas retuvieron unos segundos de gratitud las expertas de quien hace cinco años tuvo entre ellas mi corazón parado, reparándolo y volviendo a hacerlo latir: Javier López).
Sorprende su hermoso castellano, la jerga lobera, el glosario que cierra el libro. Expresiones y lenguaje popular, que captó magistralmente Delibes y manejó felizmente “El guarda mayor”, nuestro inolvidable director Nicolás Dorado. En este prometedor otoño, con las quitameriendas brotadas, destaco su alma poética, en el final: “Y cuando el cierzo se pierde en las cuchillas de la madre sierra, y una estrella ilumina los lentiscos... mañana despertará otro día...”. Dios te oiga, Siro.
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