Esa extraña manía que tenemos de pesar, contar o medir cuanto existe también se instaló, hace ya algún tiempo, en el mundo de las universidades. ... Dudo que Francisco de Vitoria, Fray Luis o el propio Unamuno se preocuparan mucho por la cotización de su empresa en el mercado del prestigio. A su honestidad encomendaron la calidad de su enseñanza. Sin embargo, parece que hoy todo debe pasar por la balanza, porque no sólo se trata de ser bueno, sino de ser mejor que los demás y de que lo sepa todo el mundo.

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De rankings va el asunto; de clasificaciones que ordenan, de mejor a peor, las universidades de la región, del país o del planeta. Aparecen rankings por doquier. Hasta debajo del peñasco de wolframio que se instaló hace unos días junto a la Facultad de Ciencias parece que asoma un rankinginterruptus. Y hay rankings de todo tipo y naturaleza, basados en mil y un criterios, adaptados a las necesidades de cada caso y de cada casa, indiciarios de cosas, necesariamente imperfectos y, en suma, causantes de una infinita burocracia.

En más de treinta años de docencia universitaria, nunca obtuve peores resultados en primera convocatoria que en este curso académico. Cuando amplié la reserva de espacio para más alumnos pendientes de recuperación, me dijeron que no era el primero en hacerlo. Muchos colegas de profesión compartieron conmigo la misma preocupación. Uno de ellos –gracias, Iván− me facilitó un reciente artículo publicado en una revista norteamericana en el que se habla del asombroso nivel de desconexión estudiantil apreciado en las aulas a lo largo de los últimos meses.

En clase, he sido testigo de esa desconexión; de esos alumnos que se limitan a subrayar unos apuntes descargados de internet, que no plantean dudas ni debaten o que, cada vez con más frecuencia, se ausentan de clase. Nunca me había ocurrido algo parecido. Son los mismos alumnos que durante meses siguieron las clases mediante videoconferencia, hicieron sus prácticas y exámenes online, conectándose a oscuras para no despertar al compañero de habitación; los mismos que dejaron las tareas para el día siguiente, si no las abandonaron.

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Durante todos estos meses de pandemia, cuantos pertenecemos a la comunidad universitaria hemos hecho malabares para mantener viva la actividad académica porque, como dijo Freddie, el espectáculo debía continuar. No me parece mal que me pesen, cuenten o midan, pero me pregunto si los algoritmos que alimentan esos rankings contemplan de algún modo la capacidad de las instituciones educativas para superar tanto estrés acumulado. Cuanto antes debemos regresar a la auténtica normalidad.

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