EL 22 de mayo de 1937, la España sublevada cambió su hora oficial. La decisión vino dada por una Orden firmada días antes por el ... barcelonés Fidel Dávila, presidente de la Junta Técnica del Estado, nombrado poco después primer ministro de Defensa del Gobierno del general Franco. Ya antes, en tiempos de Alfonso XIII, fue habitual que entre los meses de abril y octubre los españoles tuvieran que adelantar sesenta minutos el reloj, pero el cambio producido durante nuestra contienda incivil fue debido, según el BOE, a “...la conveniencia de que el horario nacional marche de acuerdo con los de otros países europeos”, como Alemania o Italia.
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Días atrás se cumplieron ochenta y cinco años de ese cambalache. Quienes me conocen saben que pocas cosas me gustan tanto como hurgar entre viejos papeles. El 23 de mayo de aquel mismo año, al día siguiente del cambio, mis abuelos escribieron una carta a mi tío Pepe. En ella le informaban que su hermano Eduardo, mi padre, herido días atrás en el frente, había sido trasladado al hospital de Talavera de la Reina procedente de Getafe: “Pensamos telegrafiarte hoy diciéndotelo, pero, por no acordarnos del adelanto de la hora, no fue posible”.
En Arde Mississippi, el agente Anderson (Gene Hackman) bromeaba con su compañero Ward (Willem Dafoe) sobre cuánto hay que retrasar los relojes al cruzar la frontera del Estado. “Un siglo”, se contestó a sí mismo. Algo parecido podría decirse de Texas, donde las leyes no permiten a un adolescente tomarse una cerveza, pero sí le autorizan a adquirir un arsenal de armas automáticas para matar a más de veinte niños y profesores. A lo largo de los últimos diez años se han documentado más de 800 incidentes de esta naturaleza en centros escolares estadounidenses, en los que han muerto más de 250 personas. No solo en Texas; también en Colorado, Connecticut, Florida... Una enmienda a la Constitución del país más poderoso del planeta reconoce desde 1791 el derecho de todo ciudadano a poseer y portar armas para defenderse de quienes también las lleven. Y así sucesivamente.
Con el perpetuo apoyo de la Corte Suprema, aún con las víctimas de cuerpo presente, muchos postulan hoy al Norte del Río Bravo la conveniencia de que el personal docente tenga pistolas y rifles a su disposición para mantener a raya a posibles agresores. Cosas de nuestro tiempo. Ese tiempo que transcurre y nos deja huella, que fluye sin que podamos controlarlo; que no nos espera, pero que esperamos a que llegue y a que pase. No es el caso de aquella chica, que ya no aguarda a que su amigo, el asesino de la Escuela Robb, le revele aquel pequeño secreto que tenía que contarle.
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