El espectáculo político de esta temporada, sin ser teatral, nos ha obsequiado con deliciosas muestras del lenguaje del absurdo, tales como las juras, promesas y ... seudoacatamientos de algunos diputados en el hemiciclo o las declaraciones de los aspirantes a formar gobierno y sus vicarios validos, las cuales bien le podrían haber servido de inspiración a Samuel Beckett. Por eso, no sé si es casualidad que su “Esperando a Godot” se esté representando con gran éxito en el teatro Bellas Artes de Madrid, capital de las pluriespañas.

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Tampoco ha faltado entretenimiento con esta niña sueca que uno ya no sabe si es la del Exorcista, la Niña de los vientos alisios que hace bajar las temperaturas ecuatoriales, o aquella famosa niña de Rajoy que tantas especulaciones suscitó hace unos años. Por el tratamiento mediático que ha tenido, y también porque alguna prensa poco sensible se ha cebado en la pobre criatura, la tal Greta me trae a la memoria la poesía de “El Piyayo” que recitábamos en la escuela los alumnos de mayor edad: “A chufla lo toma la gente, pero a mí me da pena, y me causa un respeto imponente”.

Retornando a Godot, esa pieza teatral que Beckett escribió hace ochenta años, recuerdo el desasosiego que me produjo la primera vez que la vi en el escenario del Juan del Enzina. Por entonces la obra formaba parte del repertorio de muchos grupos de teatro univesitario independiente. No importa si el texto se nutre del nihilismo existencialista de Sartre o si se inspira en el absurdo de Kafka. Lo cierto es que su mensaje sigue vigente en la rabiosa actualidad de las redes sociales, esas que, por extraño que resulte, fomentan más y más la desinformación.

Visto el panorama político, los diálogos entre Estragon y Vladimir anuncian la resignación con la que aceptamos las incongruencias, la indigencia moral y el tedio de la condición humana. Hay en la obra intercambios verbales que parecen tener por finalidad impedir el pensamiento, porque pensar puede ser peligroso, como peligrosas son las palabras e incluso los silencios. Sin embargo, como afirma uno de los personajes, somos incapaces de permanecer callados. El absurdo en el lenguaje me recuerda al de muchos políticos, con frases sin sentido, discursos inconexos, oraciones inconclusas, abandono de la lógica y escasez de ideas. Vladimir y Estragon ocultan el pensamiento mediante la verborrea, sin que sepamos a qué realidad representan, porque el lenguaje, paradójicamente, es a la vez cárcel y esperanza. Seguimos, pues, esperando a nuestro Godot particular. Pero, como dice Estragon, “No ocurre nada, nadie viene, nadie se va. Es terrible”. Ahora los únicos que se irán son los británicos. Por fin. Vistas las greñas de Boris Johnson, es posible que vuelva a los escenarios “La cantante calva”, de Ionesco.

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