Algo sabemos por aquí de fusiones. Nuestras dos universidades llevan décadas fusionando talento y conocimiento con enorme éxito en muchos casos y fracasos estrepitosos en ... otros. También desde hace tiempo sabemos fusionar arte y turismo hasta hacer de ello una industria, como la de lograr que bárbaros hablen hasta hacerse entender la lengua de Nebrija. Hemos fusionado al cerdo con la alta cocina partiendo de la existencia del hornazo y la colaboración de gentes como José Gómez o los Carrasco. Incluso habíamos conseguido que la noche tuviese vida, mucha vida, tanta como el día, hasta la llegada de la pandemia y nuestro directorio sanitario, ya sabe, Igea-Casado. También sabemos mucho, por experiencia, claro, de fusiones bancarias y sus desastres. Primero fue la de Caja Duero con Caja España y después su resultado con Unicaja, aunque esto fue, más bien, una absorción obligada por el Banco de España. Y no será la última. La primera fusión fue obra exclusiva de políticos –a cada cual peor—y a pesar del desastre nadie ha dado explicaciones ni disculpas. La oportuna muerte de Tomás Villanueva borró todo y el asunto fue a desaparecer en un agujero negro de una galaxia lejana, allí donde no llegan ni los ojos de nuestro astrónomo Óscar Martín.
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De las vísperas de entonces descubro a la pianista María Joao Pires, que lo era de cabecera del presidente de Caja Duero, quien acaba de ver su espléndida discografía reunida en una sola caja por la Deutsche Grammophon, la del perrito y el gramófono, justo ahora que otro pianista, Lang Lang, considerado el mejor del mundo, es noticia por su disco de Bach. Me pregunto si alguna vez volveremos a ver a la Pires en Salamanca –la vimos en abril “on line” en la fiesta de la Comunidad—o a Lang. Será, supongo, cuando demos con la tecla de la vacuna, del tratamiento o de la convivencia con el virus, algo que hoy parece lejano en medio de cierto desánimo general. El estado de ánimo ya estuvo presente en la crisis anterior como un elemento de riesgo para la recuperación, y lo está hoy con la ausencia de fiestas estos días y el regreso obligado a las pantallas, algo que solo la vacunación comenzará a recortar. Así, no habrá homenaje a Victoriano Posada sin toros en La Glorieta ni tertulias taurinas, si acaso la excelente exposición de La Salina sirva para recordarle. Todo lo festivo ha saltado por los aires como si en un momento dramático de La Chana, Jaime y Aurea lo desbaratan todo descolocando sus objetos de trabajo, con los que se han ganado al público de Ciudad Rodrigo la pasada Feria de Teatro, y a los que veremos estos días en la programación municipal de fiestas “on line” junto a otros artistas y grupos locales. En fin, la vida es puro teatro, cantaba La Lupe. También en el cine de Isabel Coixet, de familia textil salmantina, quizá de aquí la delicada textura de sus imágenes, hay momentos en los que todo se descompone y desbarata. Nos debe una película, le tengo dicho. Nuestra experiencia en fusiones nos dice que con las que vienen veremos más oficinas bancarias cerradas –por si no teníamos suficientes locales cerrados—y más prejubilados del sector los lunes al sol de la Plaza Mayor.
De este modo, sin fiestas ni “fiestos”, que dicen padres y abuelos a los jóvenes, llega esta semana el regreso al colegio entre nervios y dudas. Pasará lo que todos sabemos que ocurrirá –y ha sucedido en Francia, por ejemplo—pero hay que convivir con ello, quedarse en casa es un error. Los más serenos parecen ser los escolares, aunque quizá sea resignación, ignorancia o confianza ciega en el ángel de la guarda, que en este caso son profesores, más necesitados que nunca de talento y suerte, como en toda fusión.
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