AYER, un amigo y cliente de mi casa se preguntaba cómo estará España dentro de treinta años. Dado que tenemos confianza le respondí sin circunloquios: ... igual que ahora, llena de estúpidos.
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El comentario, tras las risas, quedó ahí sin más. Pero la cuestión merecía esta columna.
En realidad España se da la mano con Japón... Salvo por la cultura, el arraigo, el idioma, el clima, la honradez, las creencias, la economía, el orgullo samurái, la educación, los rasgos y la responsabilidad de sus dirigentes, los japoneses y los españoles somos similares.
Desde hace varias décadas, Japón está sumido en un atasco económico importante. Imprimen dinero a espuertas y su deuda, de un 239,2% del PIB, es la más alta del mundo. Pero no ocurre nada por una sencilla razón: Japón es solvente. Tiene una industria metalúrgica y tecnológica potente, un sector automotriz puntero y exportan productos químicos y manufacturados con un gran valor añadido. Sin embargo, demográficamente tienen un grave problema: cada vez hay más ancianos y menos bebés. En Japón, desde hace más de veinte años, los conocidos como incels —célibes involuntarios—, han renunciado a emparejarse. Prefieren jugar a videojuegos y copular con su waifu —una almohada con dibujos— antes que verse frustrados, entregándole su paupérrimo sueldo a una exigente japonesita.
Nosotros, igual que ellos, no tenemos reemplazo generacional. Creo que, con matices, España seguirá “el camino del guerrero”. Cada vez tendremos más ancianos que, a su vez, necesitarán más recursos para pensiones y cuidados.
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Sin embargo nuestra economía, lastrada por una jauría de políticos incompetentes y corruptos, está muerta y lo poco que queda con vida es machacado con el martillo hasta que deja de sobresalir. Dependemos de que otras economías quieran hacernos el favor de invertir en nuestra tierra. —Y cuando quieren venir aquí los políticos (again) hacen lo imposible para que se vayan (como ocurrió en nuestra provincia con cierta compañía minera)—. Mientras tanto nuestra deuda, avalada por Europa —porque si solo dependiera de nosotros no nos darían ni la hora—, va a seguir creciendo hasta el infinito, ¡y más allá!
El gran matiz que marca la diferencia: En Japón no dejan entrar a cualquiera y no es sencillo obtener la nacionalidad japonesa.
En España, dentro de treinta años, los descendientes de los que ahora emigran a nuestro país habrán logrado llegar en masa a la política, imponiendo su cultura y convirtiéndonos en extraños en nuestra tierra; para entonces, nuestra economía será anecdótica y viviremos pendientes de la próxima limosna que nos tire Europa; Cataluña habrá logrado cierto estatus federal beneficiándose de todo lo bueno de ser independientes, sin soportar nada de lo malo (contribuir).
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El éxodo ha comenzado. Si quieren a sus hijos y nietos obséquienles un curso de Inglés —o de mandarín— y un billete de avión sólo de ida a un país que no suene a pandereta.
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