Es lo que tiene tanto tiempo de desgobierno. La gente se solivianta y la barra de bar deja de ser ese “desquiladero apacible” que le ... gustaba decir a García Mercadal. Lo que hoy les cuento sucedió la pasada semana. En la barra unos cuantos clientes se daban tranquilamente palique. Así hasta que salió Pedro Sánchez en la televisión. Fue verle aparecer y las bocas se hicieron saña. La palabra que más se repetía era sinvergüenza. Rajoy tampoco salió indemne y recibió feroces dentelladas. Luego, eso de ¡qué horizonte tan negro!, y las mismas preguntas en el aire e idéntica decepción en las respuestas. Queda claro que la convocatoria de nuevas elecciones no invita a creer que vayamos a ir mejor.

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España lleva sobreviviendo cinco siglos —protestó el único optimista, elevando la voz para sacudir el derrotismo de sus contertulios—. Después intentó dar una lección de Historia que se escuchó con poco éxito. Pero cuesta dejarse convencer. La corrupción y el cinismo político han sido tan pertinaces y descarados que nadie cree ya a nadie, aun cuando este nadie no se dedique a la política o diga la verdad. Esto ya lo advirtió hace un porrón de siglos Aristóteles.

Seguidamente alguien quiso desbravar la conversación con un punto de ironía y dijo que los políticos tenían que ser como los teléfonos móviles: objetos con obsolescencia programada. Unos pocos años en el oficio y luego ser reemplazados por artefactos de nueva generación. Cuando el chascarrillo comenzaba a celebrarse con risas, un inesperado comentario hizo el silencio: “¿Cómo que de nueva generación? Pero si aquí solo se habla de regenerarse. La regeneración se hace siempre desde lo dañado y lo perdido. España lleva regenerándose políticamente más de una década y ha hecho virar tanto los mismos bichos, que lo único que (man)tenemooooooos son engendrooooooos” —chilló—. Pensé entonces que las discusiones sobre política comienzan a ser tan irritantes y cansinas como el ladrido onomatopéyico de los perros en noche de tormenta.

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