Despues de conquistar las alturas con “Ierónimus”, “Scala Coeli” y San Esteban intentamos hacer lo propio con las profundidades, territorio ignoto. De las alturas, ya ... nos queda poco: la terraza de la capilla del convento de las Úrsulas, sobre el arzobispo Alonso II de Fonseca, que descansa en un extraordinario sepulcro de Diego de Siloé, desde la que se ve una encantada visión de las torres salmantinas, iglesias cercanas, el Palacio de Monterrey o el Campo de San Francisco, glosado por Domínguez Berrueta. Pero de las profundidades, ay, tenemos casi todo por descubrir. No hemos ido más allá de la Cueva de Salamanca, el Pozo de Nieve del desaparecido Monasterio de San Andrés, cuyas tomas de agua discurren, dicen, bajo el Paseo del Rector Esperabé hacia el Paseo Fluvial, y una bodega -otro pozo de nieve, seguramente- en el remozado “Bartolo”, o sea, el Colegio Mayor de San Bartolomé, a mayores de lo que hemos ido sacando a la luz en el Cerro de San Vicente y Botánico, o la expuesta Cueva de la Múcheres, en estos días más visible con el nuevo hospital. Ahora redescubrimos el acceso al Postigo Ciego, en terreno sagrado para matemáticos y judíos. Ahí estuvo la sinagoga principal antes de la expulsión de 1492 como parte de la judería salmantina, documentada por María Fuencisla García, sobre la que hicieron su convento los mercedarios, el de la “Vera Cruz”, que da nombre a la calle. Un acceso que pudo ser de salida y entrada clandestina, atajo o vaya usted a saber. Nos queda el subsuelo de la Catedral, con sus criptas y depósitos de viejos enseres. Aquella cueva que unía el Cementerio con la Vaguada de la Palma, o la que unía las Peñuelas de San Blas con la Clerecía, según aseguraba José de Juanes en “Los Milagros y sus gentes”, quién también habla de un túnel en los bajos de La Clerecía, todo ello muy jesuita. Cuevas en la Peña del Hierro o aquella otra de Celestina (taller para todo tejemaneje), situada donde estuvieron los curtidos de Valeriano Herrera, y ya para locura de cuevas, las de Botelho de Moraes. En fin, que tienen trabajo nuestros arqueólogos en la tarea de documentar informes y dar cuenta de ello al concejal Fernando Castaño, que quiere poner en valor turístico todo el subsuelo que sea posible para turistas topos.
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Hubo en la Edad Media un Postigo Ciego, por donde se descendía al puente, que estuvo casi frente a San Millán y así aparece citado en la “Historia de Salamanca” de Manuel Villar y Macías. Se llamaba la calle de Valdresería. Los maestros Ángel Cabo Alonso y Julián Álvarez Villar, que en gloria estén (y lo están), y VicenteSierra saben de lo que hablamos. Por cierto, uno de los túneles más sabrosos de Salamanca recorre la Gran Vía canalizando el agua, cuyo ruido es perceptible en muchos garajes de la zona. Agua que corría por la vieja alberca salmantina, como corría el arroyo de la Palma o que campaba a sus anchas por Crespo Rascón. Pero esto es otra historia. Otra derivada. En resumen, hay mucho subsuelo por explorar: cuevas, túneles, bodegas, pasadizos subterráneos, escondijos, pozos, depósitos, cámaras ocultas... así que hay tarea.
Mañana toca recordar a José Ledesma, Pepe, quince años de su muerte, que mira en escultura de Fernando Mayoral la hiedra junto a su natal Puerta de San Pablo. Poeta que quería morirse con los ojos abiertos concentrado el recuerdo, que llamó a la Plaza Mayor noria del viento y piedra de encaje y a la Torre del Aire veleta en movimiento; cantó a nuestras callejas y paisajes, e hizo poesía del dolor escarbando en el alma, su alma. Acaba de reunirse con él su hijo Miguel Ledesma para comentar juntos escritos. Quince años sin versos nuevos ni historias narradas con su voz quebrada ni paseos luciendo gorra marinera y capa, pues era hombre de mar y tierra.
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