Le podría escribir hoy sobre el fin de las restricciones, la tercera dosis de la vacuna, la sangría de la luz o sobre la explosión de gentes que han llenado las calles de la ciudad en los días de feria. Podría ocupar este espacio con ... las lluvias, la tarde de Morante o la vuelta del público a los estadios. Todo me daría para mucho y sin embargo ahora lo considero muy poco, si lo comparo con la experiencia que viví el miércoles en la gala de Cruz Roja de Salamanca.
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Una vez más, la organización que siempre está ahí para tender la mano a los que más lo necesitan, nos reveló que no hay pandemia que pueda con las buenas personas, ni virus que acabe con la solidaridad. Gracias a ellos hemos podido conocer a Eusebio, que a sus 90 años lleva décadas trabajando por la salud mental y por la inserción social de estos enfermos. A Inés, una voluntaria que ha acompañado a pacientes de Leucemia durante la pandemia. A Nuria, que ha cosido 1.200 mascarillas para conseguir dinero para los enfermos de ELA. A Manuela, Diamantina, Antonio y Maricarmen que han conseguido comida para los más necesitados. A los voluntarios del barrio del Oeste que han llevado la compra a los mayores que no podían salir de casa. A Sergio, que ha recaudado dinero para comprar EPIs a los sanitarios. A Andrea, la enfermera que ha puesto en contacto a los enfermos con sus familias cuando no podían visitarlos. A María que trabaja en Tanzania con las viudas Masái y ha creado escuelas para sus hijos. A Carlos, que ha atendido las necesidades de los mayores con sus vídeos. A un grupo de médicos y médicas jubiladas que se han reincorporado para ayudar a sus compañeros a luchar contra el virus. Al equipo de Pediatría y al matrón de Ciudad Rodrigo, que han dado sus clases de preparación al parto de forma telemática y a las hermanas Mayka y Rosa, que han ofrecido sesiones gratis de forma on-line para hacer más llevadero el confinamiento. También a las empresas que han donado comida al Banco de Alimentos y a otras que han ofrecido un punto de descanso y comida a los transportistas que cargaban con lo básico a través de unas carreteras desiertas. A los vecinos de las Villas y a los niños de los colegios María Auxiliadora de Béjar, Filiberto Villalobos y Miguel de Cervantes de Guijuelo y a los del Teresa de Jesús de Salamanca, que han desarrollado decenas de sus iniciativas solidarias. Y a la Asociación Asapar que lucha por integrar a los discapacitados en el medio rural.
Todos ellos se merecen hoy más que nadie este espacio y el altavoz del reconocimiento público de sus gestos. La solidaridad es el mejor premio para quienes necesitan ayuda. Ahora que la pandemia impone la distancia, sus ejemplos nos acercan a lo mejor del ser humano.
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