CUANDO los generales de Hitler le recomendaron invadir España él contestó: “Ni hablar. Los españoles ya gobernaron una vez el mundo. Son el único ... pueblo mediterráneo verdaderamente valiente. No se puede entrar en España sin permiso de los españoles”. Los españoles, donde no llegábamos con la mano, llegábamos con la punta de la espada y, antes que rendir un navío lo volábamos o lo echábamos a pique.
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Éramos —en pretérito— valientes, capaces y osados pero, sobre todo, orgullosos. No había frontera que no cruzásemos, mar que no navegásemos ni batalla en la que no luchásemos.
Ya no queda nada de eso. Ahora sólo somos un hatajo de cobardes apocados que prefieren esconder la cabeza en un agujero. Ya no tenemos sangre en las venas ni un poco de amor propio en el alma.
¿Que nos suben la electricidad hasta la luna?, pues nos abrigamos; ¿que el Gobierno nos miente a la cara?, ¡bueno!, son políticos, ya se sabe; ¿que nos sacan hasta los tuétanos con impuestos, la inflación nos come el sueldo y tenemos que hacer sopa con piedras?, siempre ha habido tiempos duros; ¿que se cargan la educación?, total, para servir cubatas, a mi hijo le sobra con saber andar y no tropezarse; ¿que los degustadores de marisco del país —alias los sindicatos del crimen— están más modosos que almohadas anestesiadas?, ¡pelillos a la mar!, mi cuñado también es liberado sindical; ¿que nos vamos a quedar sin pensiones?, pues mendigaremos a la puerta de una mezquita. Ya nos da igual so que arre.
Me apena la gente de este país. Dos estados de alarma ilegales —dos— y aquí estamos, mano sobre mano mientras los culpables de la ruina duermen en sus casoplones, riéndose del pueblo, brindando con terroristas, separatistas y republicanos, y frivolizando con que en La Palma hay un “espectáculo maravilloso”. Menudos bemoles se gasta la menestra.
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¿Nadie le va a pedir responsabilidades a esta gentuza? ¿Vamos a permitir que, otra vez, salgan impunes? Ya no sé si tragamos por miedo a perder la limosna mensual, o porque después de tanto bombardeo inclusivo estamos empezando a tolerar cierto grado de sodomía.
D.H. Lawrence dijo: “Nunca he visto a un animal compadecerse de sí mismo”. Dejemos de gimotear como plañideras y actuemos. Estoy cansado de oír lamentos.
Disculpen la dureza de mis palabras, queridos lectores, pero es que el fuego de la injusticia me abrasa por dentro. ¿A qué estamos esperando para resarcirnos de la ruina que nos han causado? ¿Cuántas veces más vamos a permitir que esta jauría de delincuentes con corbata nos pise el cuello? ¿Hasta cuándo vamos a dejar que se rían de nosotros? Su inquina no conoce límites e irá a más.
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Si seguimos permitiendo sus incesantes atropellos no seremos merecedores de la más mínima lástima, pues ya habremos perdido hasta la dignidad.
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