Cuando en julio de 2018 Pablo Casado se alzó con la presidencia del PP algunos veían en él la sabía nueva que necesitaba el partido. ... Un soplo de aire fresco y de juventud para una formación que acababa de perder el Gobierno de la forma más dolorosa y que necesitaba soltar de una vez el pesado lastre de las corruptelas pasadas. Casi tres años después, su gestión se puede calificar de sonoro y rotundo fracaso. Muchos pensarán que lleva poco tiempo al mando para sacar esta conclusión. De hecho algunos sueñan con que pueda ganar unas elecciones. Sin embargo, las decisiones que ha tomado demuestran a las claras que el PP no tiene ni líder, ni rumbo. Más bien todo lo contrario. Casado se ha convertido en una especie de liquidador que puede dar al traste con más de tres décadas de historia del partido referente del centroderecha en España.
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Es justo reconocer que su etapa como presidente ‘popular’ arrancó con el desasosiego y la frustración generados por el rechazo de Feijóo a aspirar al liderazgo. El barón gallego era en aquel momento (y lo sigue siendo ahora) el único capaz de configurar un proyecto ganador y acabar con cualquier atisbo de división. Feijóo decepcionó a muchos militantes, y de aquellos polvos vienen estos lodos. Sin embargo, Casado ha tenido margen suficiente para integrar a todas las sensibilidades del partido y ensamblar un discurso sólido y sin fisuras. Nada más lejos de la realidad. Los vientos ‘casadistas’ han movido la veleta del PP en tantas direcciones que los votantes han acabado desconcertados. Es lógico que Vox haya pescado en río revuelto humillando a los ‘populares’ en Cataluña y soñando con un sorpaso que, a día de hoy, no es descabellado.
Uno de los principales males del joven líder han sido sus continuos y repentinos virajes discursivos. Arrancó fuerte, intentando marcar distancias con la moderación (y tibieza en el caso del conflicto catalán) de Rajoy. Empezó a ver a Vox como un aliado y amigo y nombró a la radical y desleal Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz en el Congreso. Una decisión criticada por muchos militantes a los que el tiempo les dio la razón. La madrileña se ‘cagó en el convento’ el día de su marcha y sacó a relucir las luchas intestinas que mantenía con el secretario general, Teodoro García Egea. El murciano, por cierto, ha demostrado que más allá de lanzar huesos de aceitunas no está capacitado para vertebrar un partido. Se ha convertido en una especie de déspota de la huerta capaz de soliviantar los ánimos de las direcciones provinciales a lo largo y ancho del país.
Pero volvemos al discurso. Sin duda el cambio más sorprendente y que descolocó hasta a sus aliados más fieles, fue la postura que mantuvo en la moción de censura de Vox. De repente, Casado se disfrazó de liberal para atacar sin piedad a un partido que, guste o no, es una escisión del PP y se nutre de gran parte de sus votantes. Lejos de pescar en el electorado moderado y recuperar la confianza de los suyos, los irritó todavía más y se dio un segundo tiro en el pie. ¿Y ahora qué? Pues ahora nada. Casado navega desorientado esperando a ver hacia dónde apunta la veleta la próxima vez. Tocado de muerte por el fiasco en Cataluña y con huidas absurdas hacia adelante como el abandono de Génova, solo le queda plantarse en unas elecciones generales y volver a caer derrotado por Sánchez.
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Pero su torpeza no se queda ahí. En vez de dar libertad y confianza a sus barones autonómicos, se ha dedicado a ponerles piedras en las ruedas. Solo quiere que le bailen el agua y digan ‘sí, bwana’ a sus insensateces. Mañueco, por ejemplo, no tiene nada que agradecerle, ya que no se implicó lo suficiente en la negociación con Cs del Gobierno de Castilla y León. Es más, su bellaquería llega hasta el punto de haber deseado un Ejecutivo del incapaz de Tudanca. Ahí es nada. Por algo Feijóo no quiere saber nada de él. Juanma Moreno no está dispuesto a que mangonee en Andalucía. Y su otrora fiel Ayuso está crecida y desea volar sola. Casado está solo y desarmado y en esos casos una retirada a tiempo es la única salida decente.
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