Soy consciente de que estamos en los tiempos del me too y en la era de la igualdad. De hecho, tenemos una ministra de ... Igualdad, Irene Montero, a la que reprochan que haya dejado fuera de su equipo directivo a los varones. No escuché muchos reproches cuando era las mujeres las que se quedaban fuera, pero es lo que hay. Ni una cosa ni la otra: igualdad. En cualquier caso, las águedas de entonces hubiesen alucinado con la existencia de un ministerio de Igualdad y una ministra del ramo, ellas que un día al año, uno, recibían el bastón de mando y naturalmente se servían de él para reírse de los varones, tomarles el pelo y tocarles las pelotas o “cantarles los gallos”, en el caso de que no aflojaran el monedero. Se lo pasaban de miedo, se tronchaban de risa cuando se lo contaban entre ellas y estaban deseando que llegase de nuevo Santa Águeda para volver a la carga. Y los varones, mientras, a sus cosas, incluida la venganza de algún energúmeno. Siempre he pensado que ese trueque de papeles (roles, dicen los expertos) tiene algo de carnavalero y, de hecho, el carnaval está muy cerca. Que se lo pregunten a los “farinatos”, por cuyos portales pasa el Águeda, que es un río tranquilo hasta que se pone. Río que da nombre a un pueblo, Águeda, de apellido innombrable, protagonista de telediarios en otro momento. El alcalde del pueblo, Germán Florindo, pidió que los restos del apellido del pueblo descansaran allí. En fin.
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A Santa Águeda la han celebrado siempre con mucho humor y picardía las águedas de Santa Marta, con su Lola, “la del Matadero”, de lideresa. Con solemnidad, las águedas de Miranda del Castañar, con el baile de la bandera sobre un hombre humillado. Y también las de San Esteban de la Sierra, que la tienen de patrona, no sé si grande o chica, pero patrona. En el resto de la provincia salen las águedas a por su bastón de mando y a pasarlo bien, que es de lo que se trata, sin mayores complicaciones. También la capital vive su fiesta con mujeres que bailan, comen, bailan y meriendan de nuevo antes de regresar a casa; algunas, incluso, bajan al Ayuntamiento a la ceremonia del bastón y el sobre, de paso que le toman el pelo al concejal o alcalde de turno: lo he visto. Es una fiesta trasversal, dirían los expertos, y un poco “carca”, afirman los contemporáneos, para el momento actual. Ya, pero es lo que había, lo que podía haber, y no era fácil, así que tómenlo como homenaje.
El feminismo, que parece algo nuevo, siempre estuvo ahí. Por ejemplo, cuando en 1928 Águeda del Bosque Vicente estudió Filosofía y Letras en Salamanca con matrícula no oficial o cuando Matilde Cherner, salmantina, tuvo que firmar como Rafael Luna sus escritos para ser reconocidos, así que no hay que escandalizarse por los poemarios feministas de María Monjas, los espectáculos feministas de Isa Calderón y Lucía Lijtmaer, los libros de Nerea Pérez de las Heras, la defensa de la veterinaria María García del protagonismo de la mujer para superar la España vacía, que comparte, sin duda, nuestra Encarnación Rogado; y sí, de quienes echando mano de algo tan serio como la Igualdad, quieren trepar. Y esto incluye a los críticos interesados. Hay que mirar a las águedas no con los ojos de la política o la Ciencia –los ojos de Marta del Pozo o Esther Martínez Quinteiro, por ejemplo—sino con los de la tradición que evoluciona. No censuremos sin antes pensar un poco. Por cierto, un buen día este de Santa Águeda, para recordar a nuestra admirada Águeda Rodríguez Cruz, embajadora universitaria, siempre.
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