PERMÍTANME que inicie esta historia en pleno Siglo de Oro. “Yo te untaré mis obras con tocino / porque no me las muerdas, Gongorilla / perro de ... los ingenios de Castilla / docto en pullas, cual mozo de caminos...” le espetaba en sus letras Francisco de Quevedo a Luis de Góngora. El clérigo daba la réplica: “Cierto poeta, de forma peregrina / cuanto devota, se metió a romero / con quién pudiera bien todo barbero / lavar la más llagada disciplina...”. Los dos cruzaron algo más que sus caminos para entretenimiento del personal y para suerte de los siglos. Comparen esto con los ‘versos’ que se han lanzado esta semana en las Cortes: “Cállate la puta boca, ladrón”. “Habló de puta la tacones”.
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Nivelazo. Por si lo desconocen, el contexto de esta tierna escena es el final de la comisión de Empleo, un procurador del PSOE se encara con los del PP, que le dan la réplica. Por desgracia, los micrófonos estaban apagados y el momento no ha quedado grabado para bochorno de una clase política que cada día rebaja su nivel, intelectual y de comportamiento. “Como si fuera una pelea de taberna”, decía Francisco Igea al pedir la intervención de la Mesa de las Cortes para frenar al reincidente procurador socialista. Pero mi respeto por las prácticas tabernarias, a las que me he entregado con relajo, va mucho más allá del que profeso por los que devalúan y embarran la confianza que los ciudadanos han depositado en ellos.
El ‘todo vale’ en la política para atacar al adversario y llevarse un titular de brocha gorda está minando el respeto mutuo que debe primar en las instituciones. Ya no solo se evidencia una falta total de educación, acorde con los tiempos, sino que se olvida que la ofensa al contrario implica extenderla a todos sus votantes, incluso a los que pueden no serlo. Ejemplo de esto último es la rectificación que más de sesenta trabajadores de servicios sociales le han exigido a la procuradora socialista Nuria Rubio por decir en el hemiciclo que “el sistema de acogida en Castilla y León se ha convertido en un mercadeo de menores de los que no se ocupan hasta que llega el momento de la adopción... para ponerlos en el escaparate de las familias”. Con un par. Al margen de que, a la mayor brevedad, la señora Rubio tendría que rectificar y pedir perdón, el problema de fondo es que sus palabras ya no chirrían entre los escaños, incluso provocan el aplauso de la bancada de turno y de ‘la cla tuitera’. Hoy ella, mañana otro. La escalada de ‘barriobajerismo’ de nuestros políticos no parece tener punto y final.
Está asumido que, salvo casos puntuales, la batalla de la oratoria está perdida. En juego está ahora la de la educación. Se quejan los políticos de que en la calle no les quieren, no les respetan, pero cómo hacerlo si ellos son el paradigma de la grosería y la soberbia. Más les valdría leer un poco más, por ejemplo, a Góngora y Quevedo.
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