Seamos sinceros. Eso que le ocurrió al presidente Sánchez en su malogrado y decepcionante encuentro con Biden, nos ha pasado a todos más de una ... vez en la vida. Así que un poco más de comprensión y empatía en lugar de tanto choteo generalizado, que una cosa es que nos pitorreemos cuando va de puto amo haciéndose fotos con las gafas de sol en el “Falcon” y otra cuando sólo intenta, como cualquiera de nosotros, hacerse humildemente presente, ante alguien que nos mira como al ser más insignificante del mundo.
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O que directamente ni nos ve, como me pasó a mí hace un par de veranos cuando al término de un pletórico concierto del gran Umberto Tozzi, en el Teatro Romano de Mérida, me acerqué por la puerta de salida de artistas pidiendo autógrafo. Después de soñar ese encuentro durante mil años, ensayando ante el espejo un precioso discurso en el que le confesaba en un italiano bastante resultón lo mucho que su música significa para mí, Umberto salió disparado envuelto en un enjambre de ayudantes y se metió en el coche de cristales tintados estacionado en la puerta. Sin verme.
“Vete a la mierda, Tozzi, ni que fueras un Beatle”, le gritó una señora con mejores reflejos que yo. Yo, sin embargo, me quedé completamente grogui. Humillado, tocado y hundido.
Afortunadamente mi chica, presente durante el suceso, en vez de chotearse de mí, de vuelta a Salamanca me vino consolando con alguna que otra mentira piadosa como la de que Umberto, en realidad ni me vio al salir rodeado de gente y ni me escuchó por esa voz tímida, flojita y temblona con la que traté de abordarlo. Hoy he superado el triste incidente y vuelvo a escuchar las canciones de Umberto Tozzi prácticamente sin ningún rencor.
Por eso comprendo muy bien al presidente Sánchez y le deseo fervientemente que poco a poco vaya superando el percance del chasco diplomático con Biden, quien por cierto, seguro que también esconderá en su biografía algún momento más o menos íntimo en el que, como todos, llegó a sentirse el ser más insignificante del mundo. No me extrañaría nada que hubiera sido en el baile de graduación. Esas cosas marcan y producen líderes mundiales estirados y vengativos.
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