“Que hagan lo que quieran, pero que no mareen”. Un buen amigo emplea esta sabia frase cuando una o varias personas quieren tomar una ... decisión, pero dan mil vueltas y requiebros antes de ejecutarla. Todo con el objetivo de perder el tiempo en rodeos y dilaciones para intentar justificarse o buscar un respaldo. Algo absurdo porque normalmente la idea ya está muy clara desde el minuto 1. Precisamente eso es lo que está haciendo el emérito Juan Carlos con su regreso a España. El monarca retirado está como loco por volver, como decía el recientemente fallecido Vicente Fernández en su mítica ranchera. Pero está mareando la perdiz hasta tal punto que una vez más (y ya van unas cuantas) está perjudicando notablemente a un Felipe VI que está hasta el moño de su ‘santo’ padre.

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España tiene la suerte de contar en estos momentos con un Rey de primera. Un hombre preparado, culto, dialogante, cercano, transparente y, sobre todo, dedicado en cuerpo y alma a su país. No soy monárquico, pero no me duelen prendas en decir que soy ‘felipista’. En un momento de crisis sin precedentes de la clase política en la que auténticos memos indocumentados ocupan ministerios como el que okupa una casa, hay que reivindicar por encima de todo la figura del jefe del Estado. Es imposible encontrar entre los dirigentes pasados, y mucho menos entre los actuales, un presidente de República que pudiera representar mejor a España que Felipe VI. Por lo tanto, a día de hoy, y si el soberano sigue en esta línea, no existe un modelo más decente que la monarquía parlamentaria de la que actualmente gozamos.

Precisamente porque me preocupa que la izquierda radical aproveche cualquier resquicio para atacar al Rey, no quiero que el señor emérito dé motivos para ello. Su hijo ha tenido un comportamiento de diez al desmarcarse tanto de él como del garbanzo negro de la familia, la infanta que no sabía nada. Una decisión durísima ya que estamos hablando de su padre y de su propia hermana. Refleja que, por encima de todo, está su servicio a España. Eso es de aplaudir y reconocer.

Si el emérito quiere retornar del ‘exilio’ porque está cansado de su retiro dorado a cuerpo de rey en Abu Dabi, que vuelva. Es una decisión personal que a la mayoría de españoles nos debe traer sin cuidado. Si en el pasado hizo cosas reprobables o incluso ilícitas (algo que deberán dirimir los tribunales) da igual que esté residiendo en Madrid, en Rabat o en La Meca. Deberá responder por lo que hizo o dejó de hacer. Ya es hora de que los ‘juancarlistas’ dejen de justificarlo todo en el servicio que realizó a la democracia. Nadie puede poner en tela de juicio sus logros en la recuperación de la libertad en este país, pero eso no le daba un cheque en blanco para hacer de su capa un sayo. Atrás quedan los tiempos en los que se censuraba cualquier información incómoda con la Casa Real, hasta el punto de boicotear la publicación de aquellas famosas fotos de Juan Carlos en pelota picada (¡qué documento!) en un playa. En estos momentos la transparencia de Zarzuela debe ser absoluta y un ejemplo para el resto de instituciones y ciudadanos. Y creo que en eso está más que comprometido Felipe VI.

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Si el Borbón padre regresa a España deberá poner mucho cuidado en no hacer ni decir nada que pueda perjudicar el reinado de su hijo. Aunque esté fuera de juego, sigue siendo el monarca emérito y por lo tanto debe guardar la compostura en sus apariciones públicas. Nada de grandes dispendios ni lujos. Discreción absoluta y sentido de Estado. Lo que viene siendo una vez más, no marear ni poner piedras en las ruedas de la corona. Todo con el objetivo de no dar razones ni argumentos a los que, tirando de la soga de Juan Carlos, quieren derribar una institución que a día de hoy está totalmente limpia. Algo que no pueden decir algunos partidos políticos y sindicatos.

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