El Bárcenas del grupo “Taburete”, Willy Barcenas Iglesias, ha escrito una canción dedicada a su madre, que ha querido compartir en las redes sociales ... en las vísperas de que el PP se siente en el taburete de los acusados. Es bonita, pero a mí me parece cursi. No ha esperado al Día de la Madre, que sería lo suyo, y la publica al tiempo que su padre, Luis Bárcenas, como un mafioso arrepentido, tira de la manta de la financiación irregular del PP, de aquel PP del que usted me habla, dice Pablo Casado. Y sacude la manta, aseguran, por amor: le duele que su esposa, la maragata Rosalía Iglesias, esté presa, a pesar de las promesas de sus amigos del PP, como lo estuvieron Fray Luis de León y Calderón de la Barca. ¿Desde cuándo un partido político puede asegurar que alguien no irá a la cárcel? Una decisión, la de Luis Bárcenas, que también viene a coincidir con la semana previa a San Valentín, que es un día que aún es posible salvar a diferencia de la ya insalvables Matanza de Guijuelo, Carnaval del Toro o Semana Santa. Así que podríamos ver esa denuncia como un regalo de amor a Iglesias, su esposa, envuelto y con un lazo de corazones.
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San Valentín puede ser una celebración de interiores, de puertas adentro de casa, con comida a domicilio y un “Veuve Clicquot”, espléndido champagne, después de un vino de los nuestros. En ese menú a domicilio pueden entrar unas croquetas, que, según la patronal de la cocina precocinada, estuvieron entre las estrellas del pasado año: consumimos un 9,4% más, leo en la revista gastronómica “Tapas”, que las sitúan como un ansiolítico en el confinamiento. En Salamanca, la croqueta de jamón de Gonzalo Sendín, está entre las mejores de España, dice la crítica, pero no me deje atrás el surtido de croquetas de José Luis Valencia, en especial la de farinato. Pero no son las únicas. Aquí, donde los bares, desde Garrido a San José, tienen su cocina doméstica al fondo, tras una cortina, la croqueta luce en sus barras – la croqueta casera, claro—como una seña de identidad de un bar como Dios manda, como la tortilla de patata o española. Por esto, también, hay que salvar a los bares de barra y taburete (sed fuertes) a los que veo convertidos en una especie en vía de extinción según los datos económicos diarios y dignos de una novela de Charles Dickens, cuyo aniversario se conmemora hoy, como ayer recordamos el del cierre del viejo Liceo (1862-1994), con aquel manifiesto final del gran Juan Antonio Quintana, que estrenaba “Sonata de espectros”. Afortunadamente, el 1 de marzo de 2002 —¿es posible volver atrás en el tiempo?— se reinauguró, con Sofía de Grecia, hoy reina emérita, en el palco; estos días, por cierto, la prensa social recuerda los cuarenta años de la muerte de Federica de Grecia, madre de doña Sofía, suegra del “emérito”, que le vio venir antes que nadie. Aquel Liceo acogió la primera exhibición comprobada del cinematógrafo de los Lumiere, algo que podemos recordar hoy cuando “El chico”, de Charles Chaplin, vuelve a las pantallas, a nuestras pantallas, cien años después de su estreno, a modo de tragicomedia, como la de los enamorados de Fernando de Rojas, nuestros Calixto y Melibea. La última película que vi de Chaplin en gran pantalla fue “El Gran Dictador” en la del Taramona, que estaba, para los más jóvenes, en la esquina de Federico Anaya con Avenida de Portugal, al lado de la cafetería Las Vegas, donde también se comían unas espléndidas croquetas.
Supongo que ese mundo distópico marcado por la tecnología, que retrata la salmantina Pilar Fraile en su nueva novela, “Días de euforia”, podrá seguir adelante sin croquetas caseras, claro, pero no será mejor que el contemporáneo con sus croquetas y sus bares. Y a esas generaciones saturadas de tecnología, que dejarán en los robots de cocina la responsabilidad de unas buenas croquetas les digo desde aquí: sed fuertes.
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