Todas las casas ocultan secretos que pueden salir a la luz en el momento menos pensado, cuando los edificios que una vez fueron habitados, llenos ... de voces, de momentos felices, con ecos de risas y lágrimas, se convierten en pétreos esqueletos desmembrados a merced de la piqueta. Hace años, paseando por una ciudad que nunca antes había visitado, me encontré junto a un contenedor los restos de uno de esos naufragios familiares: objetos personales, restos de mobiliario desportillado, menaje y cacía doméstica. En el batiburrillo había también cartas, y hasta el tarjetón con el menú nupcial para una boda celebrada en el Gran Hotel de Salamanca, además de fotos con las caras de los novios irradiando felicidad en blanco y negro. La nota cruel la puso la esquela mortuoria con la factura de la empresa funeraria que efectuara el postrer traslado de uno de los retratados contrayentes varias décadas después.

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La calle del Pez está en pleno centro de Madrid, en el barrio conocido como Maravillas o Malasaña (muy popular a raíz de la movida madrileña). Hace unos años aparecieron en la calle, frente al número 3 multitud de objetos personales que incluían ropas, libros, cartas, paquetes de comida caducada, y cientos de fotos. El fotógrafo Paco Gómez acudió a revolver en la montonera. Se llevó las fotos y durante años trató de reconstruir las peripecias vitales de una familia norteamericana bohemia y peculiar. Elmer, Margaret y Nelson Modlin componían un cuadro familiar y ciertamente estrambótico. Rodeados de misterio, ella era pintora y tanto su marido (antiguo actor secundario de Hollywood que hizo sus pinitos en el cine español) como su rubiangélico hijo le servían de modelos para lienzos y fotografías. Eran obras de arte cuajadas de excéntricas referencias apocalípticas. Los tres habían muerto después de llevar una existencia nada convencional en el barrio. Paco Gómez escribió un libro y promovió un documental sobre los Modlin, premiado con un Goya. Y hasta Iker Jiménez dedico un “Cuarto milenio” a los misterios y embrujos que rodearon la vivienda en la que discurrió parte de la existencia de la pintoresca y estrafalaria familia Modlin, habitantes del cuarto piso de la finca.

La historia se repitió hace unos meses. En el mismo lugar, y procedentes de la misma casa de la calle del Pez, aparecieron en la acera los restos de otra de las viviendas. Un conocido mío, joven e inquieto investigador, recogió parte de los materiales allí arrumbados y comprobó que habían pertenecido a los Moraza Ortega, familia con preclaras resonancias universitarias salmantinas. Ahora la fachada del inmueble está cubierta por una gran malla verde y aguarda a la excavadora para consumar su inminente demolición. Polvo, ruina y cascotes. Sic transit gloria mundi.

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