Pronto cumpliré 58 años, ¿o son 56?, uufff, de tanto mentir a lo largo de mi vida, ya no sé con exactitud los años que ... tengo, salvo que cuente con los dedos... He llegado hasta el 2020 y he llegado bastante entero; he visto mundo, he conocido a personas maravillosas y he tocado la felicidad, sí, en términos generales la he tocado, que es mucho decir. He llegado hasta aquí con salud, sin esa clase de tragedias que te hielan la sangre y te siegan el futuro de por vida. He cometido muchos errores, tengo algún secreto (el mejor guiño de la vida); me han engañado, pero no he odiado. Lo de “arrieros somos y en el camino nos encontraremos” nunca fue conmigo, yo soy más fan de “a enemigo que huye, puente de plata”.

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Se me va la vida entre “mi” Platón y la estupidez humana, que transita ebria de aburrimiento por un siglo XXI que, por ahora -y ya van... ¡20 años!-, no está siendo lo que se esperaba, la Modernidad, con mayúscula. Más bien todo lo contrario, la cárcel -ahora llamada “confinamiento”- y el derribo de la democracia. El mundo contra Grecia.

Se me va la vida desde que mi primera neurona se abrió al mundo. Con Platón. Sí, lo sé, es esnobista, pero es cierto: ningún placer es comparable al del conocimiento de la verdad. Y así hasta hoy, buscando “la verdad”; al menos el equilibrio. Salvar el mundo necesita equilibrio, y yo, camino de los 59 (¿o son 54?), sigo empeñado en salvar el mundo. Yo, que no sé arreglar un enchufe... Creo que lo de salvar el mundo me viene de una vez que vi una película de superhéroes (¿el Santo mexicano quizá?) en el “Cine Victoria”, entonces la frontera entre la civilización y el Amazonas profundo, cuando Pizarrales era Puerto Maldonado. Fui con Miguel Ángel González, con quien tanto jugué en el patio de la fábrica de “González del Rey” (otra pérdida), en la Cuesta de Sancti Spiritus. Salimos del cine decididos a salvar el mundo, nos compraríamos ropa adecuada y chula -capas incluidas-, y de allí al estrellato. Eso hablábamos Avenida de Italia abajo. Pero nada: cuando llegué a Nueva York, en 1987, nadie me conocía y ni siquiera tenía capa, tan sólo unos “Camper” rojos, preciosos. Fue el verano que vi a “Kool & the Gang” en Nueva Jersey; el verano de Long Island, de “Full Metal Jacket” (Dios salve a Kubrick), el verano que marcó mi destino. Confieso que he vivido, Neruda dixit.

Se me va la vida, y quiero contarlo, pues moriré con el periódico de papel, agarrado a este mundo que se evapora.

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