De pequeño, y hasta bien metido en mis 50, siempre viví en la ensoñación del futuro, un futuro mejor; vivía intensamente el presente, y en ... parte aún sigo haciéndolo, como si fuera mi estudio de arquitectura del futuro. Diseño para un futuro eterno, podría llamarse. Pero de repente, un nanosegundo cualquiera, te das cuenta de tu finitud y, lo más trágico -en realidad es tragicómico-, es que eres consciente de que el tiempo te atrapó, que eres un ser libre, sí, pero dentro de una cápsula llena de minutos que se van evaporando. Y lo mágico de la vida es que aún nos asombremos, todos, de que el tiempo vuele y nos deje con cara de “qué cosas pasan”.
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Para los que nacimos en la opulencia (y en la paz, y en la felicidad, y en la inocencia) de los años 60, cualquier crisis, incluidas las personales, la hemos tomado como una afrenta: habíamos nacido para ser libres -tanto que yo mismo, con estas manitas, derribé el Muro de Berlín aquel noviembre con Christiane-, y para disfrutar de un planeta lleno de oportunidades e ingenio. La expresión “ponerse el mundo por montera” le va de perlas a mi generación, la que descubrió que los aviones valían para muchísimo más que para bombardear Guernica, Londres o Vietnam. Servían para ver cuán afortunados éramos en nuestro rincón del Universo, lleno de libros –y, de repente, descubrías a Paul Bowles), de discos (y, de repente, Donna Summer), de calles y de valles (y, de repente, Rodeo Drive o Viñales), de películas (y, de repente, Ridley Scott), de piropos (y, de repente, Anne Nicole Smith y Claudia Shiffer para “Guess”); lleno de descubrimientos, pues el mundo sin Internet era pura búsqueda, pura conquista. Y, sí, Juan Ponce de León cobró vida en todos nosotros, la verdadera fuente de la eterna juventud éramos nosotros, los del BUP, sin más nubarrones que la heroína y el SIDA que arruinó el pastel de Rod Hudson y Doris Day, aunque yo fui, ¡yo soy!, más de Elizabeth Taylor y Paul Newman en “La gata sobre el tejado de zinc” (Dios Todopoderoso, te lo suplico: devuélvenos a Liz Taylor).
Se me va la vida, vengo diciendo, porque ya no veo el futuro: la (mala) política, los virus, la corrupción, el desánimo global han borrado toda capacidad de regeneración, y la esperanza ha dejado paso a la supervivencia. El futuro es “vintage” y sigue siendo hollado con mocasines italianos de 1953. Y con ellos veo a Alain Delon en “Plein Soleil”. Oohh, Alain Delon. Hoy no queda nadie, el cielo vacío de Sylvia Plath. Bueno sí, los recuerdos; y el anhelo por el futuro y hasta por los coches bonitos que decoraban las calles.
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