Los resultados de las pasadas elecciones andaluzas me sorprendieron, como a casi todo el mundo, no por la victoria del PP, que parecía segura, sino ... por su aplastante mayoría absoluta, algo inconcebible hasta hace bien poco en una Andalucía secuestrada durante décadas por un PSOE que había tejido una red clientelar incompatible con la democracia. Y aún más sorprendieron los endebles resultados de VOX, que se las prometía muy felices enarbolando la llave del Gobierno andaluz. De las izquierdas en general, ni hablamos: nada que comentar. Al fin la lógica, el sentido común y la reflexión ciudadanas parecen haber superado el engaño impuesto por una revolución de caraduras y un ejército de franquistas de la rosa.

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Parece mentira que tengamos que echar mano de esta terminología en 2021, pero Andalucía no ha votado cambio, ni se ha cansado de los latifundistas morales del PSOE, ni de la corrupción endémica disfrazada de dignidad: Andalucía simplemente se ha liberado de sus complejos, felizmente recuperada por obra y gracias de unas elecciones de junio del síndrome de Estocolmo al que le habían sometido 40 años de sumisión al socialismo, 40 años de paz, digo de PER. La histórica salida del PSOE del poder en Andalucía en la pasada legislatura, encumbrando a Moreno Bonilla, no fue un espejismo de la casualidad, como muchos creímos, fue ni más ni menos que el despertar de una región enferma a la autoestima social.

No ha sido cuestión del incontestable triunfo del PP ni del colapso de las izquierdas los que han dibujado este nuevo escenario político, han sido los propios andaluces los que han salido de las mazmorras para, con el PP como su representante, reivindicar la importancia de una comunidad podrida por los tópicos, por el abandono que tan bien representa Linares, y por la descomposición social que trajo el subsidio alienante. Los andaluces han dado un ejemplo de cordura, de “basta ya”, y han canalizado su rabia a través de un PP que representa la normalidad frente a la locura de las izquierdas y el desasosiego que sigue causando VOX.

Se acabaron, dijeron los andaluces, los experimentos sin anestesia sobre la población. Se acabó el pastel (gracias Nora Ephron): Andalucía ha votado equilibrio, sin coaliciones, sin compañeros de viaje y con una política de mayorías, como nunca debió dejar de ser.

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