Tomando prestado el título de la novela de Nora Ephron, en España se acabó el pastel. La profunda crisis desatada por el coronavirus ha dejado ... en unos días a España en el chasis... Si ya estábamos en el “buen camino” hacia nuestra autodestrucción, el fatal momento que ahora mismo estamos viviendo sólo hace que acelerarlo.
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Por lealtad al sistema surgido de la Constitución del 78, me he negado con mi opinión a dinamitar el Estado de las autonomías, aunque todos los datos y acciones vienen demostrando su ineficacia y su disparatado coste, amén de facilitar la corrupción, el tráfico de influencias, y la opacidad y el blindaje más absolutos y criminales (caso Pujol, ¿más ejemplos?). Pero el virus “chino” ha sido la gota que colma el vaso y que ha llegado para demostrar lo endeble de nuestra organización política y territorial. Ante una situación de emergencia nacional (nacional de España) como la que vivimos, el Gobierno está desaparecido -y no precisamente “en combate”- y las comunidades autónomas campan a su antojo en sus decisiones, la mayoría de ellas lentas y fuera de la realidad. La alarmante situación sociosanitaria y económica, máxime teniendo la “ventaja” de los ejemplos chino e italiano, exige, habría exigido que el Gobierno central se hubiera hecho cargo único, poniendo a su servicio y directrices a los gobiernos regionales que están demostrando no tener capacidad para manejar una situación tan extrema y nunca vista como la que se está viviendo. Pero aún más grave, gravísimo, es comprobar como tenemos un Gobierno incapaz de gestionar ni una partida de parchís, un gobierno “missing” (¿dónde está el vicepresidente “social” Pablo Iglesias?) que no sabe ni activar la potente maquinaria del Estado, empezando por la estructura sanitaria, que funciona de maravilla por sí misma y por sus profesionales, pero que es un desastre de coordinación. Funciona, funcionamos a ciegas, sin nadie coherente -y valiente- al mando. Deciden tarde, mal y nunca. Porque lo que España necesita es valentía, responsabilidad y dos dedos de frente, justo lo que no tiene la política española y su desastroso y quebrado Estado de las autonomías. La crisis del coronavirus sólo ha hecho que confirmar lo que ya se sabía, que somos un Estado fallido, sin rumbo. España sigue funcionando por inercia y por la responsabilidad de muchos de sus ciudadanos.
Esta crisis, una vez pase y se cobre sus gravísimas consecuencias y dolorosos peajes, habría de traer una refundación de nuestro sistema y comportamientos. No podemos seguir así ni votando así. No es un estado de alarma, es que se acabó el pastel.
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