Salamanca se despereza, se estira, abre los ojos poco a poco, muy despacio, tratando de sopesar la pesadilla que ha tenido, que ha durado varios ... meses. Salamanca mira hacia adelante para ver cómo es capaz de afrontar el futuro. El día de hoy, el de mañana y otros muchos más. Que ya lo dijo la Universidad hace poco “Dijimos ayer, diremos mañana”. Porque nuestra ciudad, sin duda, tiene mucho que decir.
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Salamanca tenía, hasta hace muy poco, el corazón parado y partido (“partío” para los más musicales). La Plaza, que siempre ha sido nuestro orgullo, a la que muchos damos un rodeo solo por poder saludarla, estaba vacía, en silencio, triste. Pero ya no, ya vuelve a latir, ya vuelve a ofrecer sus viejos lomos para todos los que queramos pasar un rato en ella. Porque la Plaza ha ido marcando los latidos que nos han llevado a ir pasando las famosas fases, con una Junta que no ha sabido, o no ha querido, darnos un empujón o espaldarazo, que quizá nos habría venido bien. Y ese corazón sabio y generoso, llevado con buena mano desde el Ayuntamiento, ha conseguido que la sangre de esta pequeña gran ciudad, las personas que en ella vivimos, nos pongamos en marcha y empecemos a luchar para que todo vuelva a la normalidad. Pero a la de siempre, a la del año pasado, no a ese supuesto maléfico de “nueva normalidad” que ya sabes que ni entiendo, ni compro.
Y aquí estamos, la sangre vieja, la de toda la vida, los que somos autóctonos, pedimos lo de siempre y vamos al mismo sitio donde comían nuestros padres (e incluso nuestros abuelos) o al mismo restaurante que viste inaugurar hace más de veinte años (ahora me siento mayor) donde puedes juntarte con amigos del colegio (sigo consiguiendo que las mesas de adultos se vuelvan impares) con fichajes internacionales.
Porque sí, porque somos los primeros que tenemos que tirar del carro, los que más pena sentíamos al saber que nuestra Plaza estaba triste y sola, pero ¡ay amigo! La sangre hay que renovarla o al final moriremos de viejos. Hay que llamar, traer y cuidar a los que vienen de visita y a los que deciden quedarse. Ya sean de Ávila, de Georgia o de las antípodas. Salamanca es culta y por tanto abierta y necesita la sangre vieja, pero también la nueva.
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