P EDRO Sánchez se rindió, no debió de leer su ‘Manual de resistencia’. El Gobierno era impracticable a todas luces. Era un Gobierno televisivo, esperpéntico, ... descabezado y que nació maldito. Pedro nunca pretendió gobernar con tal equipo, sólo quería salvar el tipo. Era un grupo formado por personas que desconocían el terreno de la política, pero era un grupo que daba el espectáculo, y lo consiguió.

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Finalmente los independentistas no dieron su brazo a torcer y a Pedro —por egoísmo— no le ha quedado otra que convocar elecciones. Digo que ha convocado elecciones por egoísmo porque ese ha sido el menor de los males. Si llega a aceptar las condiciones impuestas se hubiera mantenido en el poder hasta el final de esta, mal llamada, legislatura. Pero la presión era insoportable, se enfrentaba a entregar el país y a destruir el PSOE. Un récord incluso para él. Al final tendremos que agradecer a los Puigdemont, Torras y Rufianes que nos libren, o nos den la oportunidad, de librarnos de Pedrete. Esta vez ni ondear la bandera del antifranquismo, para distraer la atención del pueblo, le sirvió para sacar los conejos de la chistera. Y no será porque no lo intentó. Nos consta que su compinche, el príncipe de Galapagar, mantuvo conversaciones con los lazistas hasta el último momento para intentar convencerles de que apoyasen los presupuestos. Bien sabía Pablo que si caía P.Viruelas él pasaría a tener el mismo peso político que el guano de palomo cojo.

Lo que importa es que el pueblo tiene, por fin, la posibilidad de decidir en las urnas qué es lo que quiere. Nos esperan sorpresas por todos los frentes, tiempos interesantes y una temporada hasta los comicios donde van a volar puñales.

Aún podemos sacar cosas buenas de toda esta comedia, el bipartidismo está muerto y amanecen partidos alternativos que pueden dar la sorpresa como pasó con Trump al otro lado del charco. Los sociólogos lo llaman mayoría silenciosa, yo prefiero llamarlo el síndrome “Network” en alusión a la homónima película (pésimamente traducida en España como Un mundo implacable). En ella podemos ver, en el cénit del metraje, una formidable interpretación de Peter Finch gritando “¡Estoy más que harto y no quiero seguir soportándolo!” y exhortando a los televidentes a rebelarse, no contra tendencias políticas sino contra un sistema alienante.

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Se está perdiendo la sana costumbre de llamar a las cosas por su nombre y esta corrección política, este buenismo, es la mecha del explosivo que puede dinamitar los patrones que nos están obligando a tragar. No se dobleguen a seguir soportándolo.

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